viernes, 24 de julio de 2015

Reflexión para el XVII Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B

“Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos peces”
(Lecturas: 2Re 4, 42-44; Salmo 144; Ef 4, 1-6; Evangelio: Jn 6, 1-15)


Este domingo la Palabra de Dios, en el Evangelio de Juan, nos describe un maravilloso milagro “la multiplicación de los panes y de los peces”. Sin embargo, centremos nuestra atención no en el milagro, que no deja de sorprendernos, más bien fijemos nuestra mirada en la expresión de Pedro ante el pedido de Jesús: “Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos peces”.

Jesús ha pedido a Felipe, uno de sus discípulos que dé de comer a la gente que le seguía, hace el Maestro una pregunta sugerente: “¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?” Felipe respondió de manera inmediata: “Ni doscientos denarios bastarían para que cada uno comiera”. Dos cosas encontramos en este momento: La primera: Observamos a Jesús en su faceta de siempre “estar pendiente de los demás”. La segunda: En Felipe encontramos las limitaciones humanas. Los pretextos, las excusas, los imposibles que inundan nuestra mente y hacen que construyamos un muro que no nos deja acercarnos a los demás.

Un muchacho entra en escenario para romper este marco de obstáculos, ofrece cinco panes y dos peces. Pareciera poco. Humanamente hablando es cierto, pero desde la óptica de Dios es diferente. Jesús no cree en las limitaciones contra el amor y la caridad. El Maestro quiere hacernos caer en la cuenta de que somos nosotros los que desde nuestra “poquedad” podemos dar a manos llenas. “Cinco panes y dos peces”, es muy poco, pero es lo que Jesús quiere de nosotros. Él sabe que no tenemos más, pero desea que seamos capaces de dar aún eso poco que tenemos.

En la vida siempre vamos a sentir que es muy poco lo que tenemos. En esos cinco panes y dos peces del Evangelio de hoy está resumida nuestra experiencia de vida. Digamos a Jesús: “Maestro, sabes que sólo tengo cinco panes y dos peces”, es como si también le dijéramos: “Jesús, estos cinco panes son mis defectos, he fallado en esto, en aquello, soy débil, temo, creo que no tengo mucho que dar… ¿Y los dos peces? Ellos representan Señor Jesús mis virtudes, lo bueno y hermoso que Tú mismo me has regalado, te las ofrezco, las dejo en tus manos. Señor Jesús, sé que no son nada mis cinco panes y mis dos peces, pero es todo lo que tengo; en mis manos son “simpleza” pero al colocarlos en tus manos son un ‘milagro’…”.

Apreciados hermanos, el Señor sabe que todos podemos dar “cinco panes y dos peces” ellos se transformarán en algo especial tanto para nosotros como para los demás. San Pablo nos recuerda algo clave hoy en nuestra relación con el prójimo: “Sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz”. Cuando hayamos aprendido a abandonar en las manos del Maestro nuestros panes y nuestros peces, seremos capaces de compartir con los demás, descubriendo nuestras virtudes y defectos podremos aprender a vivir más unidos. Hermanos, nunca olvidemos que en la mesa de Dios hay puesto para todos pues “comerán todos y sobrará” nos dice el segundo libro de los reyes.

Bendigamos al Señor eternamente y abandonémonos en sus manos, dejemos que Él obre en nosotros y haga el milagro de transformar nuestros corazones.  

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario - Vicario Parroquial de Nuestra Señora de los Ángeles. La Grita. 

sábado, 18 de julio de 2015

Reflexión para el XVI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B.

Se compadeció de ellos porque andaban como ovejas sin pastor.
(Lecturas: Jer 23, 1-6; Salmo 22; Ef 2, 13-18; Mc 6, 30-34)


En la Sagrada Escritura Dios siempre es presentado como el Pastor y su Pueblo Israel es su rebaño, es más, a Jesús se le llama el Buen Pastor y él ha venido precisamente a buscar a sus ovejas. El Evangelio de hoy resalta plenamente esta misión de Jesús: “Se compadeció de ellos porque andaban como ovejas sin pastor”. Esta frase nos muestra el corazón amoroso de Cristo, que no se preocupa por él sino por los demás, que se coloca en el lugar del otro, que sabe que hay alguien que necesita ser atendido, enseñado, amado.

Hoy día el mundo necesita pastores buenos, al estilo de Cristo. Nuestra sociedad ha sido golpeada por tantos pastores malos. Tantos pastores que sólo se aprovechan de sus ovejas. Existen tantos hombres y mujeres que se les puede identificar con este tipo de pastores, son unos simples asalariados, unos aprovechados, que no buscan el bienestar de los demás sino el suyo propio.

El Libro de Jeremías nos exhorta hoy con toda claridad, retumba en labios del profeta una frase lapidaria: “¡Ay de los pastores que dispersan y dejan perecer a las ovejas de mi rebaño!”. No hay que pensar que estas palabras van referidas sólo a los Obispos y a los sacerdotes, no, todos somos pastores. Es cierto que los sacerdotes tienen una gran responsabilidad en esta misión de pastorear, pues para eso están llamados. Sin embargo, cada bautizado recibe de Cristo la misión de ser, a su ejemplo, un Buen Pastor, capaz de dar la vida por las ovejas.

Necesitamos pastores compasivos, es decir, que miren a los demás como hermanos, como suyos, como una heredad maravillosa. Muchos estamos cansados ya de pastores malos, que sólo maltratan y oprimen, que sólo tienen intereses personales. Dios nos hace hoy un reclamo. Muchas personas se alejan de Dios por el mal testimonio que a veces damos. No estamos para apacentarnos a nosotros mismos, el pastor, el hombre y la mujer de este tiempo, tiene que velar también por los intereses de los demás.

Lamentablemente actuamos así porque nos hace falta algo importantísimo, es lo que nos propone el Evangelio de hoy, es aquella invitación que nos hace el Maestro: “Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen conmigo”. Si deseamos ser auténticos pastores necesitamos de la compañía de Jesús, estar con Jesús, descansar y tener tiempo para Jesús. Si no damos espacio para que el Señor more en nuestras vidas estaremos vacíos, pues “nadie da de lo que no tiene”. ¿Por qué hay tantos pastores que maltratan a sus ovejas? Es claro, han dejado de lado a Cristo, sólo proponen sus proyectos personales de vida y están vacíos. Hemos olvidado que no nos podemos apartar del Señor, un pastor sin la presencia de Cristo en su corazón se vuelve obstinado, no escucha, es pérfida su actitud, el orgullo y la soberbia no dan cabida a la compasión que nos propone la Palabra de Dios.

Hermanos, abramos el corazón a Cristo, necesitamos tiempo para estar con Él, de otro modo seremos pastores malos, vacíos, superficiales y materialistas. El Señor siempre caminará junto a nosotros y nos invitará a estar con él, porque sin duda alguna “El Señor es nuestro pastor, nada nos faltará”. Que Jesús Buen Pastor nos ayude a ser como Él y aprendamos a comprender a nuestras ovejas, a las personas que nos frecuentan, de modo que podamos experimentar lo que el Papa Francisco nos ha señalado una y otra vez: “ser pastores con olor a oveja”.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario. Vicario Parroquial de Nuestra Señora de los Ángeles. La Grita.

sábado, 11 de julio de 2015

Reflexión para el XV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B.

 ¡Ve y profetiza!
(Amós 7,12-15; Salmo 84; Efesios 1,3-14; Marcos 6,7-13)

Las lecturas de la Palabra de Dios para este domingo nos dejan en evidencia dos acciones que son de la exclusividad de Dios: “Él nos llama y nos envía”. Amós nos ilumina a este respecto: “El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: ve y profetiza a mi pueblo Israel”. La misma enseñanza la podemos encontrar en la Carta de Pablo a los Efesios: “Él nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo…”. Inclusive el mismo Jesús toma esta actitud en el Evangelio de hoy:“En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos…”. Queda claro, es Dios quien nos elige, nos hace el llamado y nos pide anunciar su Evangelio de la Vida.

Cuando el Señor nos dice: “Ve”, ya ha entrado en confianza con nosotros, ha mirado lo profundo de nuestro ser y nos invita a salir de nosotros mismos para ir al encuentro de los demás. Los cristianos debemos y tenemos que estar conscientes de esta elección. Muchos de nosotros vivimos al margen de esta realidad. El mundo sería distinto si nosotros estuviésemos al pendiente de este toque de Dios en nuestras vidas. Hoy es necesario salir, encontrarnos con el hermano en el camino, visitar su casa, su trabajo. El envío nos sitúa en aquel deseo que manifiesta muy a menudo el Papa Francisco: “ir a las periferias”. ¡Cuántos hermanos nuestros viven tan alejados sin que se les anuncie la Buena Noticia!

Ahora bien, el envío implica “misión”. Si el Señor nos ha hecho un llamado es precisamente porque necesita que le ayudemos en algo. ¿Pero qué necesita Dios de nosotros? Es claro, necesita nuestra voz, que profeticemos. Un enviado de Dios tiene que hablar de Dios y además vivir como Dios quiere, sería lo mismo decir: “Predicar y dar testimonio de vida”. Nuestros hermanos nos escucharán cuando seamos capaces de ser reflejo de Aquél que nos ha enviado. Así como los discípulos en el Evangelio:“Expulsaban a los demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban”.

Hoy quiere el Señor de nosotros dos cosas como hemos visto: Ir y anunciar el Evangelio. Pero esto no puede darse a plenitud si no seguimos las recomendaciones del Maestro: “Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica”. Es muy cierto esto, quizás parezca muy exigente este mandato de Jesús, pero aquí queda claro algo: lo más importante que se debe llevar para el camino es el Mensaje de Jesús, la Buena Noticia que alegra y conforta. Cuando se es enviado a profetizar, no hay que pensar que somos nosotros los más importantes, es el mensaje lo que vale la pena, no hay cosa más necesaria para llevar por el camino que la Palabra de Jesús, que no es otra cosa que Salvación.

Hermanos, no olvidemos nunca que somos escogidos por el Señor, vayamos y anunciemos que “por Cristo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados”.  Seamos verdaderos cristianos, no parezcamos cristianos. No dependamos más de otra cosa que no sea la voluntad de Dios. Él ha querido llamarnos, ha querido elegirnos y somos sus portavoces, nunca nos detengamos, el Señor que ha empezado en cada uno de nosotros esta buena obra, permitirá que la llevemos a feliz término.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario.
Vicario Parroquial de Nuestra Señora de los Ángeles – La Grita. 

Reflexión para el XIV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B.

¡Te basta mi gracia!

La sociedad del siglo XXI está necesitada del amor de Dios, del anuncio del Evangelio. Ser un discípulo de Jesús, ser portavoz del Señor hoy día implica enfrentarse a muchas situaciones, la mayoría de las veces difíciles. Quien quiere hablar de Dios, o mejor aún, dar testimonio de vida cristiana, puede contar con la suerte de ser escuchado o correr el riesgo de pasar desapercibido o ser ignorado.

El libro del profeta Ezequiel nos enseña cómo el Señor necesita de un portavoz, es decir, de un profeta, que anuncie su mensaje de salvación: “te envío a un pueblo rebelde para que les comuniques mis palabras. Te escuchen o no…”. Ser un mensajero de la Buena Noticia de Jesús implica arriesgarse, quizá no nos presten atención, pero no nos podemos callar. No se puede silenciar la voz de Dios en un mundo lleno de odio, discordia, individualidad o como lo ha dicho el Papa Francisco, un mundo que vive una “globalización de la indiferencia”. Dejarse llenar por el Espíritu, como ocurrió con Ezequiel, es la clave para no desfallecer en la tarea de llevar a Dios a todos los hombres y mujeres del mundo.

Observamos que no es nada fácil ser “profeta”. Muchos piensan que hablar de Dios es algo hermoso, que a todos encanta, y nos encontramos con otra realidad. San Pablo nos enseña que “predicar a Cristo”, implica sufrimiento: “Por eso me alegro de las debilidades, los insultos, las necesidades, las persecuciones y las dificultadess que sufro por Cristo…”Pero esto no nos debe detener. Hoy en día se sigue hablando de aborto, de secuestros, de violación de los Derechos Humanos, de persecución cristiana, etc. Y, ante esta realidad ¿qué estamos haciendo los cristianos?

Tengamos la valentía de Ezequiel y la osadía de San Pablo. Nos van a prestar atención unos pocos, otros se opondrán, pero no estamos solos en este camino: Nos acompaña la Gracia de Dios. Con el corazón lleno de la Gracia que viene de Cristo podemos vencer obstáculos:“Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad”. El mismo Dios, su amor, su misericordia son el motor que nos impulsa a llevar un mensaje de fe y de salvación a este mundo en donde impera el tener sobre el ser.

El Señor en el Evangelio tuvo que enfrentarse a la situación de no ser escuchado. Sus contemporáneos no le quisieron aceptar. Quien no recibe el mensaje del Evangelio se cierra a la Gracia, en un corazón falto de fe no puede penetrar el Amor de Dios. El Maestro no pudo hacer allí en medio de los suyos ningún milagro. Pareciera que fue derrotado por la falta de fe, pero en el fondo no es así. Sabemos que curó a algunos imponiéndoles las manos. Insistir, esa es clave, no dejarse derrotar, he ahí la diferencia. Ser profeta implica muchas veces ser rechazado, pero también aceptado aún por unos pocos, y la semilla del Evangelio crece allí, en esos pocos.

No nos detengamos, ser portavoces del Señor es una tarea ardua pero satisfactoria, nos sentiremos muchas veces extenuados, pero no vencidos. Hablemos de Dios, mostremos a Dios, llevemos a Dios en nuestras vidas y seremos verdaderos profetas. No olvidemos que contamos con su Gracia, no es cualquier cosa. Su Gracia nos llena de valentía, de celo, de ánimo y esto contagia a los demás. Que Jesús no se extrañe de nosotros, al contrario, que encuentre nuestro corazón rebosante de fe para que Él obre maravillas en nosotros.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario
Vicario Parroquial de Nuestra Señora de los Ángeles - La Grita

Reflexión para el XIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B.

"No temas basta que tengas fe"

En el Evangelio de Marcos (Mc 5, 21-43), nos encontramos ante dos situaciones en las que se coloca de manifiesto la misericordia y compasión de Jesús. El requisito indispensable para que Jesús desborde su misericordia y su compasión no es otro que el de la FE. Hoy, San Marcos nos regala dos momentos que evocan una única enseñanza: "La hemorroísa que acude a Jesús para ser sanada y el Jefe de la Sinagoga que desea que su hija sea curada". En ambos momentos lo que mueve a los personajes a buscar a Jesús es el don de la fe.

Por una parte, la hemorroísa se acerca a Jesús para tocar el borde de su manto. Esto implica un riesgo tremendo para ella. Su enfermedad le hacía acreedora de la "impureza". Por tanto, estaba marginada. No podía acercarse a nadie, ni mucho menos tocar a nadie porque si lo hacía, entonces los demás también quedaban impuros. Su desdicha era grande, aquella mujer había gastado todo en médicos y no encontraba solución. Pero "tenía fe", se acercó a Jesús, rompió los paradigmas de su época y consiguió lo que necesitaba: Ser curada y además conseguir paz. 

La actitud de esta mujer nos hace ver que vale la pena tener fe. Es necesario confiar en Jesús. La fe nos hace tomar riesgos y esos riesgos valen la pena, no quedan en vano. Ella, por su fe, quedó en evidencia ante Jesús. El Señor sintió que lo habían tocado de modo distinto: ¿Quién me ha tocado? Entonces la mujer asusta se acercó y confesó su verdad. Allí Jesús actúa con misericordia y compasión, la tranquiliza y le dice: "Ánimo hija, tu fe te ha curado, vete en paz". ¡Qué grande es el corazón de Jesús! Él comprendió el riesgo que aquella mujer había tomado, a Jesús no le importó quedar impuro, cargar con el pecado, con la desdicha de aquella mujer. Jesús vio aquella confianza inquebrantable y sana su cuerpo pero también su alma.

En un segundo momento ocurre el milagro con la hija de Jairo, el Jefe de la Sinagoga. Él había acudido a Jesús un poco antes que la hemorroísa. Su hija estaba enferma. Mientras Jesús curaba a aquella mujer llegaron los criados del Jefe de la Sinagoga y le sugirieron que no molestara más al Maestro. El Señor no se detuvo, contra toda desesperación le dijo a Jairo: "No temas, basta que tengas fe". Y llegado a la casa de aquél hombre dice a la niña: "¡Talita Kum: Niña levántate!". Sin duda el padre de aquella niña confió, tuvo fe y consiguió lo que anhelaba su corazón: Su hija volvió a la vida.

La actitud de estos dos personajes nos enseñan lo maravilloso de la fe. Lo más importante del Evangelio de hoy no son los milagros, ES LA FE. Cuando acudimos a Jesús con plena confianza obtenemos lo que necesitamos. Jesús desborda misericordia y compasión por nosotros, solo basta que tengamos fe. 

Si estás desesperado, si ves que ya todo está perdido recuerda que nos queda la fe. No tengamos miedo, no nos angustiemos, la fe nos abre el camino a la salvación y a la paz.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez.