viernes, 28 de octubre de 2016

Reflexión para el XXXI Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“Hoy tengo que hospedarme en tu casa”
Lecturas: Sabiduría 11,22-12,2; Salmo 144; 2 Tesalonicenses 1,11-2,2
Evangelio según San Lucas 19,1-10

Jericó está convulsionada, algo está pasando, o mejor, “alguien está pasando”, es Jesús. Seguramente muchos habían oído las maravillas que el Maestro Bueno ha realizado, pero nunca le han visto. Esta era la oportunidad, así nos deja ver la curiosidad de Zaqueo: “En aquel tiempo Jesús entró en Jericó, y al ir atravesando la ciudad, sucedió que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a Jesús…”. El deseo de conocer a Jesús está en el corazón del hombre, y quien necesita encontrarse con él hace lo que sea, incluso encaramarse en un árbol, como lo hizo Zaqueo: “…se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí”.

Este movimiento de Zaqueo no quedó sin respuesta. Aquí se revierte todo, ya no es Zaqueo quien se mueve, es Jesús quien va a su encuentro: “…Jesús levantó los ojos y le dijo: Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Es impactante esta escena, Zaqueo no conocía a Jesús pero él “sí lo conoce”, sabe su nombre, lo mira, y de paso desea quedarse en su casa, comer con él, compartir con él. Podríamos preguntarnos ¿quién busca a quién? Al principio parece ser Zaqueo, luego es Jesús el que lo busca. ¡Qué hermoso momento! Jesús nos busca, sale al encuentro de los que le necesitan, de los que están en pecado y quiere compartir con ellos.

Jesús quiere hospedarse en nuestras vidas, quiere penetrar lo profundo de nuestro corazón. Jesús dice a Zaqueo que baje pronto del árbol, y él accede con prontitud: “El bajó en seguida y lo recibió muy contento”. Ojalá tengamos la actitud de Zaqueo. Aquel Jefe de recaudadores de impuestos, hombre mal visto por todos, recibió una visita inesperada y cambió radicalmente. Aunque seamos los más pecadores del mundo, no importa, si buscamos a Jesús, él vendrá a nuestro encuentro y hará que nuestras vidas se conviertan radicalmente.

El Señor siempre perdona, nos corrige con amor porque cree en nosotros: “Por eso a los que caen, los vas corrigiendo poco a poco, los reprendes y les traes a la memoria sus pecados, para que se arrepientan de sus maldades…”. Zaqueo, el pecador, ahora ha cambiado porque se ha sentido perdonado. Cuando abramos el corazón al Maestro que pasa, también vamos a experimentar el cambio en nuestras vidas. Aquel recaudador de impuestos se despojó de todo aquello que no valía la pena, encontrarse con Jesús exige respuestas radicales. No podemos cambiar a medias, con el pecado hay que ser radicales y convertirnos plenamente a Dios.

¿Qué había pasado con Zaqueo? El Maestro Bueno lo ha dicho: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”. No importa que los demás nos señalen, no importa que los demás nos aborrezcan, Jesús no lo hace y quiere entrar a nuestras vidas y quedarse con nosotros.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

lunes, 17 de octubre de 2016

Reflexión para el XXX Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador”
Lecturas: Eclesiástico 35,12-14.16-18; Salmo 33; Timoteo 4,6-8.16-18
Evangelio según San Lucas 18, 9-14



Este año, la Iglesia nos ha regalado un tiempo especial dedicado a la Misericordia. Ha sido un tiempo maravilloso para acercarnos a Dios y reconocer nuestras flaquezas y debilidades. Experimentar la Misericordia de Dios nos hace grandes si reconocemos que somos pecadores. Esto es lo que el Maestro Bueno nos dice hoy: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Es la frase que resume el contenido del Evangelio de hoy.

El Señor describe con la parábola del fariseo y del publicano cómo actúa la Misericordia de Dios. El fariseo que se cree mejor y justo delante de Dios, incluso hasta llegar a compararse con el publicano nos muestra la actitud del hombre que se fía de sí mismo. Los autosuficientes prescinden del Amor y del Perdón de Dios porque se creen perfectos. ¡Qué triste! Hoy día también existen muchas personas que creen y piensan mal de sus hermanos, se comparan y dicen: “yo soy mejor que…” o “Que tal lo que hizo fulano…”. Jesús observa esto, él lo sabe y nadie lo engaña. Nadie tiene derecho a mirar por encima del hombro y despreciar a sus hermanos que han caído por humana debilidad.

La actitud del publicano nos muestra, por otra parte, cómo al reconocer sus propias miserias es escuchado por Dios: “¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador”. Todo el que se sabe pecador puede experimentar la grandeza de la Misericordia de Dios. El humilde reconoce sus miserias, sabe que necesita a Dios y por eso, al exponer sus culpas sale victorioso y justificado. La Misericordia de Dios transforma la vida de quien abre su corazón. Humillarse ante Dios es hacerse grande. Eclesiástico hoy nos deja ver que Dios jamás desatiende a quienes le buscan con sinceridad: “El Señor es un Dios justo… escucha las súplicas del oprimido…”.

El Salmo responsorial nos regala una bella jaculatoria que todos nosotros debemos recitar a diario: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. Esta debe ser nuestra plegaria. Jesús sabe que todos pecamos y que lo necesitamos, nadie puede prescindir del amor inconmensurable de Dios traducido en perdón y misericordia. ¿Eres pecador? Sí. Todos somos pecadores, pero Dios nos escucha, jamás nos deja solos: “El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo”.

Pidamos al Señor la gracia de acudir a él, con humildad. Jesús conoce nuestro corazón, y aunque los demás sean duros e indiferentes, él jamás nos despreciará; al contrario, nos está esperando y nos invita a “seguir luchando el combate”, el pecado no tiene la última palabra, es la Misericordia de Dios la que al final se impondrá y la justicia resplandecerá: “El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos… no será castigado quien se acoge a él”.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

lunes, 10 de octubre de 2016

Reflexión para el XXIX Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

¡Orar siempre, sin desanimarse!
Lecturas: Éxodo 17, 8-13; Salmo 120; Timoteo 3, 14-4,2
Evangelio según San Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre, sin desanimarse les propuso esta parábola…” En esta frase del Evangelio encontramos el interés de Jesús por enseñar a sus discípulos a orar. Él sabe que la oración es el fundamento sólido de quien desea seguirle, sin ella desfallecemos, con ella nos mantenemos. La parábola narrada por el Señor nos indica la insistencia que debemos mantener para no desanimarnos en la oración, la viuda que constantemente acudía ante el juez injusto para pedirle justicia hasta que consigue su cometido, nos anima a orar y pedir constantemente al Señor.

El Padre San Pío de Pietrelcina solía decir: “Ora, espera y no te preocupes. Dios es misericordioso y escuchará tu oración”. A veces tenemos la actitud y la disposición para orar, pero solemos cansarnos muy rápido al no obtener una respuesta pronta de parte de Dios. Nos desanimamos, nos preocupamos y bajamos la guardia. El libro del Éxodo nos da la clave para cambiar nuestra actitud ante el desánimo que nos sobreviene; dice el texto sagrado que el pueblo de Israel venció en combate a Amalec gracias a la oración de Moisés: “Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec.”

La oración contiene un poder extraordinario. Es maravilloso ver cómo podemos interceder por los demás y por nosotros mismos, incluso podemos conseguir ayuda en esos momentos en los que nuestra oración no es suficiente. Moisés al cansarse de mantener los brazos elevados, fue ayudado por Aarón y Jur, quienes se los sostenían en esos momentos de debilidad. ¡Cuántas veces nosotros nos debilitamos en la oración! Aun así, siempre habrá alguien que nos ayude, que nos sostenga y nos anime en los momentos más difíciles de la vida, es esos momentos donde pareciera que la oración es inútil, allí siempre aparecerá alguien que subirá con nosotros hacia la montaña.

Hay que orar siempre, recurrir  a Dios “a tiempo y a destiempo”. La oración es la fuente de vitalidad del ser humano. Hay un bello pensamiento que cita: “La oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios”. Esto es muy cierto, con la oración nos mantenemos en pie de lucha, Dios  cede ante nuestra oración y jamás dejará de escucharnos:No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel.” En esos momentos de incertidumbre y desolación nos queda la oración. Jesús quiere enseñarnos que la oración es la medicina del alma, que no podemos prescindir de ella.

Pidamos al Señor la gracia de ser constantes en la oración, de perseverar firmemente, que no nos gane el desánimo, el diablo quiere vernos derrumbados, en cambio, el Señor, nos quiere con las manos en alto, como Moisés, para nunca desfallecer.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.