lunes, 27 de junio de 2016

Reflexión para el XIV Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

¡Volvieron llenos de gozo!

 Lecturas: Isaías 66,10-14; Salmo 65; Gálatas 6,14-18
Evangelio según San Lucas 10,1-12.17-20

Hoy la Palabra de Dios nos pone de relieve el momento en el que Jesús envía a setenta y dos discípulos suyos a anunciar la Buena Noticia: “¡Vayan! Yo los envío como ovejas en medio de lobos”. ¿Cómo anunciar algo bueno, gozoso, en medio de tanta maldad? ¿Cómo hacerlo sin dinero, sin alforja, sin nada para el camino y, para colmo, “regresar gozosos”? La clave está en la confianza que debemos tener en el Señor, aun cuando sabemos que vamos a enfrentarnos a muchas vicisitudes.

El Evangelio relata que, después del envío, los discípulos “volvieron llenos de gozo”. Se habían enfrentado a situaciones adversas, habían peleado cara a cara con el diablo, ¡cuánta necesidad habrían pasado! Pero nada de eso les robó la alegría. Quien confía plenamente en Jesús, aunque tenga que llevar a cuestas una cruz pesada, no se dejará vencer, podrá sentirse alegre y sabrá transmitir esa alegría. La alegría del cristiano siempre vence a Satanás. La alegría del Evangelio en invencible y produce en nosotros frutos de salvación: “…sus nombres están escritos en el cielo”.

San Pablo es capaz de experimentar el gozo en medio de las situaciones adversas: “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo…”. ¿Alegrarse cargando una cruz? Pero si la cruz representa fatiga, peso, necesidad, frustración… Muchos dirán: “no entiendo”. No hay que entender tanto, hay que confiar, creer, salir; el Maestro Bueno dice hoy: “¡Vayan!”. Cuando demos el paso nos daremos cuenta. Hay que ser portadores de gozo, anunciar al mundo la alegría de Cristo. El Papa Francisco nos ha dejado un bello documento: “Evangelii gaudium”, valdría la pena releerlo.

Un verdadero discípulo de Jesús debe saber que anunciar el Evangelio implica asumir retos y enfrentarse a obstáculos, eso no le debe detener. Vivir el Evangelio nos ayuda a ser personas alegres, que saben buscar el lado bueno a la vida. Un cristiano alegre dice: “no importa, la estoy pasando mal, pero es el Señor quien me eligió, él me ayudará”. No hemos de creer en “cristianos amargados”, los “cara de cañón” solo disparan perdigones hirientes, los cristianos que viven en gozo, dan testimonio de lo que nos presenta el salmista: “Aclaman al Señor… cantan gloria a su nombre… ven las obras del Señor y las cosas admirables que hace…”.

Isaías nos dice: “¡Alégrense con Jerusalén y regocíjense a causa de ella, todos los que la aman! ¡Compartan su mismo gozo los que estaban de duelo por ella…!” Alegría luego del duelo, sí; siempre decimos: “después de la tempestad viene la calma”. Debemos ser discípulos alegres, no cabizbajos ni obstinados. Hemos pasado momentos difíciles pero también nos dice el profeta: “se llenarán de gozo, y sus huesos florecerán como la hierba”.

Nada en el mundo, ninguna persona, ideología o dificultad podrá echar por tierra el gozo de servir a Jesús.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

lunes, 20 de junio de 2016

Reflexión para el XIII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“Cristo nos ha liberado”


Lecturas: 1Reyes 19,16.19-21; Salmo 15; Gálatas 5,1.13-18
Evangelio según San Lucas 9, 51-62

“Libertad”, una palabra maravillosa pero muy mal entendida. Todos queremos ser “libres”, pero ¿hasta qué punto estamos conscientes de nuestra libertad? Vivimos en una sociedad que ha querido plagar todos los ambientes con una especie de relativismo, donde prevalece el “todo me está permitido”, confundiendo así, la libertad, con el libertinaje. La mundanidad cierra nuestro corazón y, en vez de ser libres, nos hacemos esclavos, prisioneros de nuestros afectos desordenados, que sólo conducen a nuestra propia destrucción.

Ante este “libertinaje” aparece la verdadera libertad, que no es otra que la que nos da Jesús. San Pablo afirma: “Cristo nos ha liberado para que seamos libres”. Pero ¿de qué nos ha liberado? Del yugo del pecado, de la mundanidad que acecha sin dar tregua. San Pablo también nos invita a permanecer alertas ante la libertad mal entendida: “Su vocación hermanos es la libertad. Pero cuiden de no tomarla como pretexto para satisfacer su propio egoísmo; antes bien, háganse servidores los unos de los otros por amor”.

Cuando nos desprendemos de tantos vicios y damos cabida a Cristo, entonces empezaremos a comprender lo que es la verdadera libertad. No se puede conocer a Cristo cuando estamos entregados a tanta superficialidad. Cuando estamos apegados a las cosas o a las personas no podemos dar una respuesta generosa al Señor. Esto se evidencia en el Evangelio de hoy. Tres personas tienen la posibilidad de seguir a Jesús, pero su respuesta no es libre del todo, cada uno puso reparos: su familia, sus deseos e inquietudes…

Seguir a Jesús implica estar dispuestos a desprenderse totalmente de todo, hasta de sí mismos. Ser libres implica ser hombres y mujeres de bien, que vivan la vida al máximo, asumiendo el Evangelio de la Vida, el único que transforma, que da plenitud. La libertad no es sinónimo de placer, la libertad es sinónimo de “Verdad”, San Juan nos dice “la Verdad los hará libres”. ¿Cuál Verdad? Cristo es la respuesta. Amar e incluso estar dispuestos a sufrir con tal de dar sentido a nuestras vidas.

Enséñanos, Señor, el camino de la Vida”, dice el Salmo. Queremos transitar por la vía que conduce a la verdadera libertad. ¿Cuál es ese camino? Bella y brevemente lo definió San Agustín: “Ama y haz los que quieras”. El que ama puede obrar maravillas, ese “haz lo que quieras”, no invita a una vida desenfrenada, al contrario, va precedida por la palabra “Ama”, de modo que el amor no da cabida al mal; quien ama a sus hermanos jamás les hará daño, por eso puede actuar con libertad, porque su corazón estará lleno de misericordia y compasión.

Pidamos a Jesús que nos ayude a caminar siempre a luz de la verdad, para que las tinieblas del error y del pecado no envuelvan nuestro corazón y brillemos con el esplendor de Cristo, nuestra única Libertad.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

Reflexión para el XIII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“Cristo nos ha liberado”


Lecturas: 1Reyes 19,16.19-21; Salmo 15; Gálatas 5,1.13-18
Evangelio según San Lucas 9, 51-62

“Libertad”, una palabra maravillosa pero muy mal entendida. Todos queremos ser “libres”, pero ¿hasta qué punto estamos conscientes de nuestra libertad? Vivimos en una sociedad que ha querido plagar todos los ambientes con una especie de relativismo, donde prevalece el “todo me está permitido”, confundiendo así, la libertad, con el libertinaje. La mundanidad cierra nuestro corazón y, en vez de ser libres, nos hacemos esclavos, prisioneros de nuestros afectos desordenados, que sólo conducen a nuestra propia destrucción.

Ante este “libertinaje” aparece la verdadera libertad, que no es otra que la que nos da Jesús. San Pablo afirma: “Cristo nos ha liberado para que seamos libres”. Pero ¿de qué nos ha liberado? Del yugo del pecado, de la mundanidad que acecha sin dar tregua. San Pablo también nos invita a permanecer alertas ante la libertad mal entendida: “Su vocación hermanos es la libertad. Pero cuiden de no tomarla como pretexto para satisfacer su propio egoísmo; antes bien, háganse servidores los unos de los otros por amor”.

Cuando nos desprendemos de tantos vicios y damos cabida a Cristo, entonces empezaremos a comprender lo que es la verdadera libertad. No se puede conocer a Cristo cuando estamos entregados a tanta superficialidad. Cuando estamos apegados a las cosas o a las personas no podemos dar una respuesta generosa al Señor. Esto se evidencia en el Evangelio de hoy. Tres personas tienen la posibilidad de seguir a Jesús, pero su respuesta no es libre del todo, cada uno puso reparos: su familia, sus deseos e inquietudes…

Seguir a Jesús implica estar dispuestos a desprenderse totalmente de todo, hasta de sí mismos. Ser libres implica ser hombres y mujeres de bien, que vivan la vida al máximo, asumiendo el Evangelio de la Vida, el único que transforma, que da plenitud. La libertad no es sinónimo de placer, la libertad es sinónimo de “Verdad”, San Juan nos dice “la Verdad los hará libres”. ¿Cuál Verdad? Cristo es la respuesta. Amar e incluso estar dispuestos a sufrir con tal de dar sentido a nuestras vidas.

Enséñanos, Señor, el camino de la Vida”, dice el Salmo. Queremos transitar por la vía que conduce a la verdadera libertad. ¿Cuál es ese camino? Bella y brevemente lo definió San Agustín: “Ama y haz los que quieras”. El que ama puede obrar maravillas, ese “haz lo que quieras”, no invita a una vida desenfrenada, al contrario, va precedida por la palabra “Ama”, de modo que el amor no da cabida al mal; quien ama a sus hermanos jamás les hará daño, por eso puede actuar con libertad, porque su corazón estará lleno de misericordia y compasión.

Pidamos a Jesús que nos ayude a caminar siempre a luz de la verdad, para que las tinieblas del error y del pecado no envuelvan nuestro corazón y brillemos con el esplendor de Cristo, nuestra única Libertad.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

martes, 14 de junio de 2016

Reflexión para el XII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“Y  ustedes ¿quién dicen que soy yo?”


Lecturas: Zacarías 12, 10-11.13,1; Salmo 62; Gálatas 3, 26-29
Evangelio según San Lucas 9, 18-24

Hoy contemplamos a Jesús con una pregunta un tanto sorpresiva. Pareciera que tiene la inquietud de saber cuál es la apreciación que tienen todos acerca de sí. Interroga a sus discípulos: “Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro no se hace esperar y responde: “El Mesías de Dios”. Si el Maestro Bueno nos hiciera esta pregunta ¿qué responderíamos? Si somos sus discípulos, seguramente nuestra respuesta será como la de Pedro, acertada. ¿Y si no es así? Entonces seremos del grupo de “los demás”, de aquellos por los que Jesús pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Aquellos estaban confundidos, dieron diversas respuestas y ninguna acertada. Un verdadero discípulo sabe qué responder.

Deberíamos preguntarnos: “¿quién es Jesús para mí?”. Hoy el Señor nos da la clave. Si de verdad queremos seguirle, el camino es claro: “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga”. Tomar la cruz, aceptar lo que viene de su mano amorosa, sin componendas. Si llegan momentos de alegría, vivirlos a plenitud; pero, cuando lleguen los momentos duros, los de prueba, asumirlos también con entereza, firmes, sin miedo, teniendo la certeza de que nos dará vida y hemos preferido perderla por su causa antes que dejarnos vencer.

Todos sabemos que en la vida se pueden experimentar momentos de dificultad. Ante esta realidad, tenemos la necesidad de recurrir a Dios. “Señor, mi alma tiene sed de ti”, cita el Salmo de hoy, esta frase deja al descubierto nuestra debilidad; para asumir y llevar la cruz debemos acudir a Dios. A veces es tan difícil asumir las cruces de la vida, es tan duro dejar de buscarse uno mismo, dejar nuestras seguridades y arriesgarse en la aventura de seguir a Cristo. Pero el Señor quiere que le conozcamos. ¿Dónde?  En el camino de la vida, reconociendo que somos hijos de Dios, como San Pablo hoy nos recuerda: “Todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús…”.

Todos nosotros tenemos cruces, algunos la tienen más pesada que otros, pero al final, son cruces, con el justo peso para cada uno. No podemos tirarla, sería fácil deshacerse del peso y alivianar la vida. Si quiero saber quién es Jesús para mí, debo aceptar lo que él aceptó: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”. Cuando abrazamos la cruz seguramente sufriremos, nos rechazarán, querrán vernos derrumbados pero luego vendrá la gloria. Jesús cargó la cruz, pero luego resucitó. Perdió la vida, sí, pero luego la recuperó. Si nos arriesgamos por Cristo encontraremos la verdadera respuesta y comprenderemos quién es y lo que significa para nuestras vidas.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

miércoles, 8 de junio de 2016

Reflexión para el XI Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“Tus pecados te han quedado perdonados”

Lecturas: 2 Samuel 12,7-10.13; Salmo 31; Gálatas 2,16.19-21
Evangelio según San Lucas 7,36-8,3

 El “perdón” es la palabra clave para este domingo. Dios no duda en derramar su misericordia sobre todo aquel que se confiesa pecador. La Palabra de Dios nos muestra que, para experimentar la misericordia del Señor, es necesaria la apertura de corazón. Por eso, David, a quien Natán le descubre su pecado, exclama sinceramente: “¡He pecado contra el Señor!”. Esta actitud de David, le obtiene una gracia maravillosa: “El Señor te perdona tu pecado. No morirás”. Aquí ocurre algo importantísimo, quien asume su caída, es capaz de levantarse y dar el primer paso para cambiar y además está dispuesto a asumir las consecuencias para empezar de nuevo.

Ninguno de nosotros es mejor que los demás. Somos pecadores, reconocerse frágiles es una condición imprescindible en la vida de un verdadero discípulo de Jesús. El Salmo responsorial lo evidencia: “Ante el Señor reconocí mi culpa, no oculté mi pecado. Te confesé, Señor, mi gran delito y tú me has perdonado”. Sin una confesión sincera, sin un reconocimiento verdadero de nuestra condición de pecadores, difícilmente accederemos a la gracia del perdón.

El Evangelio de hoy nos muestra claramente cómo, teniendo conciencia de ser pecadores, se consigue entrar en el corazón de Dios. Dos personas ante Jesús: El fariseo Simón y la Pecadora, ambos con las misma posibilidades de experimentar la misericordia de Dios, pero sólo la actitud de uno de ellos pudo encontrarse cara a cara con el perdón del Maestro Bueno. No hay que distinguir aquí dos tipos de personas, no, ambos son iguales a los ojos de Jesús, lo que se evidencia aquí son dos tipos de actitud.

Por una parte, observamos a un fariseo encerrado en su “ley”, esto, según su esquema mental le hace mejor que aquella mujer. Hizo un juicio temerario en su corazón: “Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora”. Creerse mejor que los demás obstruye el paso hacia Dios, nadie tiene por qué creerse limpio, digno, justo. No. Mientras más reconocemos nuestras miserias, más experimentamos el amor de Dios y estamos dispuestos a enmendar enteramente nuestras vidas.

En un segundo momento, nos encontramos con una mujer que “se coló” en el banquete. Ella, a diferencia de Simón, reconoce su miseria, su pecado, su fragilidad, se acerca a Jesús y él se deja encontrar. Deja que le bañemos con las lágrimas de nuestro pecado y que le perfumemos con nuestras debilidades, luego nos regala la frase más grande y hermosa que podamos escuchar: “Tus pecados te han quedado perdonados”. Aquella “Pecadora” abrió su corazón al perdón, la llave maestra fue, no su “perfección”, sino su “debilidad”. Parece ilógico, pero no lo es para Jesús, su lógica perdona, la nuestra nos autoexcluye y así  no podemos experimentar la maravilla de la misericordia.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

miércoles, 1 de junio de 2016

Reflexión para el X Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“Se compadeció de ella y le dijo: No llores”


Lecturas: 1 Reyes 17,17-24; Salmo 29; Gálatas 1,11-19
Evangelio según San Lucas 7, 11-17

Este año la Iglesia lo ha dedicado de manera especial a la práctica de la “Misericordia”, elemento imprescindible en la vida de un cristiano. Este domingo, la palabra de Dios quiere que demostremos nuestra sincera disponibilidad para actuar con misericordia. Tanto la primera lectura como el Evangelio de hoy nos describen el modo de obrar. El Profeta Elías y Jesús comparten un escenario casi igual: una viuda que ha perdido a su único hijo y llora desconsolada. Ambos no se quedan inertes, van, actúan, consuelan, se compadecen y cambian aquella tristeza en gozo: “Mira tu hijo está vivo” dice Elías; “Joven, yo te lo mando: levántate.” exclama Jesús.

Los cristianos de hoy no podemos ser simples espectadores, debemos ir al encuentro de aquellos que sufren. El Evangelio que meditamos nos relata que, el Maestro Bueno, mirando a la viuda “…se compadeció de ella y le dijo: No llores”, esa actitud del Señor nos hace falta a nosotros: compadecernos, es decir, sufrir con el otro, “no es tener lástima”, no, es involucrarse en la vida del que sufre, que ha perdido toda esperanza, que se siente solo, abandonado y excluido, llevarle una palabra de ánimo “no llores”, que, en ese momento, es como la caricia de Dios que nunca abandona, aún cuando todo parezca perdido.

¡Cuántas familias han tenido que sufrir la pérdida de sus seres queridos! ¡Cuántos cristianos son perseguidos y enjuiciados y nadie los acompaña ni comprende! ¡Cuántos hombres, mujeres y niños se sienten solos porque no hay nadie que les consuele en la adversidad! ¡Cuántas personas hoy son víctimas de gobiernos inescrupulosos que no se compadecen de las necesidades de su pueblo! ¿Nos quedaremos de brazos cruzados? El Papa Francisco nos ha pedido salir, ser una Iglesia en salida implica ir y acercarse, así como hizo Jesús al ver llorar a aquella viuda, y no solo acercarse, sino también tocar, el Señor tocó el ataúd, esto indica que nosotros tenemos que “tocar”, hacer nuestras, las necesidades del hermano que está caído y desesperanzado.

Todos estamos llamados a compadecernos de los hermanos, a colocarnos en los zapatos del otro, quizá no nos sintamos dignos, pero aún así, Dios nos ha elegido para ser portadores de consuelo y esperanza. San Pablo nos lo deja ver, él, antes, era un perseguidor, alguien que no era capaz de compadecerse, ahora se siente elegido por el Señor: “Dios me ha elegido desde el seno de mi madre, y por su gracia me llamó”.

Pidamos al Señor que nada nos detenga ante el sufrimiento del hermano. Ser misericordiosos exige ir, hablar, acompañar, llevar sobre los brazos, como Elías, aquello que es causa de dolor, y transformarlo en esperanza y gozo, hasta el punto de que a quien nos acercamos pueda experimentar la presencia de Dios y exclamar: “Convertiste mi duelo en alegría…Te alabaré Señor eternamente”.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.