viernes, 18 de septiembre de 2015

Reflexión para XXV Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B

“Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”

Lecturas: Sabiduría (2,12.17-20); Sal 53,3-4.5.6 y 8; Santiago (3,16–4,3); evangelio según san Marcos (9,30-37)



Vivimos en una sociedad donde reina el egocentrismo puro: “queremos ser más que los demás”. Esta sociedad de consumo nos hace pensar en “nuestro bienestar”, y nos olvidamos de nuestros hermanos. Mientras más tenemos, más queremos. A este respecto nos advierte Santiago hoy: “Codician y no tienen; matan, arden en envidia y no alcanzan nada…” ¡Qué triste manera de pensar esta! La lógica del mundo siempre es opuesta a la lógica de Dios. Dios nos mueve a pensar en los demás y el mundo nos obliga a pensar en nosotros mismos.

En el Evangelio de hoy, los discípulos de Jesús entran en esta dinámica de la que hemos hecho mención. El Maestro Bueno les ha estado instruyendo acerca de la centralidad de su misión y ellos estaban en otra onda, el texto sagrado nos dice que cuando llegaron a Cafarnaún, Jesús les preguntó: “¿De qué discutían por el camino?” Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante… La mentalidad de los discípulos de Jesús era distante de lo que él les había estado enseñando. Jesús intuye esta situación y por eso les dice: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Esta es la lógica de Jesús. Para ser importantes hay que ser servidores.

Los cristianos de este tiempo al igual que los de antes estamos llamados a ser servidores. El Papa Francisco a diario nos ha hecho esta acotación: “El verdadero poder es el servicio”. La alegría de un cristiano no consiste en sentirse más que los demás. Al contrario. Todo es diferente si colocamos nuestras capacidades y nuestro corazón mirando siempre a los demás con amor, con compasión, con entrega generosa, así como Jesús es con nosotros: “Él no vino a ser servido, sino a servir”. Un discípulo de Jesús no debe ser egoísta, no debe caer en rivalidades y mezquindades, hoy el libro de la Sabiduría nos hace un resumen de los que así piensan: “Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida”. Sentirnos más que los demás nos hace ver al prójimo no como un hermano, sino como un enemigo.

Hoy pidamos a Jesús que nos ayude a ser hombres y mujeres que tengan como slogan el servicio. Entendido éste, como la capacidad de entregarnos a los demás sin enmiendas ni intereses. Sirvamos a todos sin distinción, de manera especial sirvamos a los más necesitados. Jesús nos coloca hoy como modelo a un niño: “alguien indefenso”. El Evangelio nos reclama el servicio, dirigido a tantas personas indefensas, que sufren y que se sienten marginadas. No busquemos nuestra propia satisfacción, si somos capaces de servir entonces encontraremos sentido a la vida y seremos felices.

Que María Santísima, la madre del servicio nos ayude a ser como su Hijo Jesús e interceda por nosotros para que aprendamos ser últimos y servidores en medio de nuestros hermanos.
                                                                                    

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote Diocesano.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Reflexión para el XXIII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B

“Effetá: Ábrete”

(Lecturas: Isaías 35, 4-7ª; Salmo 145; Santiago 2, 1-5; Evangelio Según San Marcos 7, 31-37)


Las lecturas de la palabra de Dios que hoy escuchamos nos relatan dos notas características evidenciadas, de manera especial, en el Evangelio: sordera y mudez. Es claro que estas dos enfermedades no permiten entrar en verdadero contacto con el Señor. El Evangelio nos presenta un momento clave, a Jesús le presentan un hombre que es sordo y que apenas puede hablar (tartamudo), le piden que imponga sus manos sobre él con la finalidad de que pueda escuchar y por ende, hablar bien. Jesús ante aquel hombre cede: toca sus oídos, también su lengua y dice: “Effetá”, es decir, “Ábrete”. Inmediatamente aquel hombre suelta su lengua y empieza a escuchar perfectamente.

Hoy en día, también nosotros necesitamos que el Maestro Bueno abra nuestros oídos y nuestra lengua para escuchar su palabra y proclamar sus maravillas. Vivimos en un mundo lleno de sordos, gente que no quiere escuchar, o peor, gente que se hace la sorda. ¡Cuántas veces hemos escuchado aquel refrán: ‘no hay peor sordo que el que no quiera oír’! El mundo de hoy nos prefiere sordos y además mudos. Sordos para no escuchar las verdades que circulan: las injusticias, la corrupción, la inmoralidad, el bachaqueo, el maltrato injusto a las personas por el hecho de ser extranjeras, el abuso de poder de las autoridades, las mafias y los grupos antisociales que extorsionan y matan a sangre fría. Como no quieren que escuchemos estas certezas, tampoco quieren que las denunciemos.

Un cristiano necesita acercarse a Jesús, dejar que Él lo toque, que abra todo su ser y sea capaz de escuchar el clamor de tantos hermanos nuestros que sufren y además denunciar los males que arrecian. No podemos quedarnos callados. Dice el Evangelio que Jesús cuando tocó a aquel hombre “se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad”, pidamos a Jesús que nos haga libres para hablar, no podemos guardar silencio ante el dolor de los explotados, de los que sufren hambre, de los inmigrantes.

Pero aun así, no debemos conformarnos simplemente con abrir la boca y oír. No. Tenemos que abrir también el corazón. Debemos ser libres interiormente, ese “effetá” no es solo para nuestros oídos y lengua, es también para nuestro corazón. Así estaremos capacitados para expresar con humildad, pero también con fuerza, todo aquello que agobia y destruye a los pobres y sencillos. Hoy Santiago nos recuerda que no debemos tener favoritismos. La Iglesia no tiene exclusividades, los pobres son su opción preferencial por eso quienes somos parte de la Iglesia tenemos que prestar nuestros oídos y nuestra voz para favorecer a aquellos que no son escuchados ni tomados en cuenta.

Pidamos a Jesús que al entrar en contacto con él, toda nuestra vida y nuestro ser sean transformados de manera que seamos capaces de escuchar y de hablar desde el corazón. ¡Alaba alma mía al Señor!

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote diocesano.