¡Yo Tampoco te condeno, ve y no peques más!
Lecturas: Is 43,16-21; Salmo 125; Flp 3,8-14; Evangelio-Jn 8,1-11
En este Año Jubilar de la Misericordia, la invitación es permanente: acercarse al Señor y experimentar su perdón redentor, o en todo caso, dejarnos alcanzar por su misericordia infinita. Esta es la experiencia que San Pablo comparte hoy con nosotros, él buscaba a Jesús, sabía que no era perfecto, pero aun así, Cristo se deja perseguir para ser hallado y nos persigue para alcanzarnos y darnos como premio su salvación: “No es que ya haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo”.
Un corazón alcanzado por Jesús experimenta tres cosas: la misericordia, el perdón y el amor. Este es el núcleo del Evangelio: Misericordia, Perdón y Amor. Fue esta la experiencia de aquella mujer que todos condenaban, le acusaban, querían “hacer justicia” porque era pecadora. Jesús no la condena: “Yo no te condeno”. Así es Jesús, jamás nos va a señalar ni nos llevará al tribunal, por encima de cualquier condena meramente humana está el perdón que viene de la mano amorosa de Dios, que no sanciona sino que invita a la conversión: “Ve y no peques más”.
Dios siempre perdona, para él no hay imposibles. Su misericordia siempre ofrece la posibilidad de cambiar, él nos invita a realizar con nuestras vidas algo nuevo: “miren que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notas?...” Hay muchos que señalan a los demás, que condenan y creen que no hay más opciones para el que ha cometido algún error. Pareciera que “hacer justicia” es elemental, y no es así, no hay justicia sin misericordia, no hay misericordia sin justicia y ambas, sin amor, son un látigo que golpea, que sólo cuida esquemas humanos.
Al mirar al Maestro bueno en medio de esa “jauría de lobos”, acusadores, podemos entender que si el amor es excluido del corazón, seremos crueles. Santo Tomás de Aquino decía: “La justicia sin misericordia es crueldad y la misericordia sin justicia es ruina, destrucción”. No señalemos a nadie, somos también pecadores, ayudemos a levantar al que ha caído y brindémosle la oportunidad para que transforme su corazón. Existe el derecho a la conversión, ¿quiénes somos nosotros para negarlo? Jesús no condenó a aquella mujer, porque sabía que perdonándola haría mucho más bien que sancionándola con el rigor de la ley. Ella se sintió amada y tuvo otra opción para mostrarle a los demás que, a pesar de ser pecadora, se puede transformar y ser otra persona.
P.D.: Hoy tengamos el gesto y la palabra de Jesús para con ese hermano o hermana que ha caído y digamos: “yo tampoco te condeno”. Por favor hoy rezaré por ti, no dejes de rezar por mí.
Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.
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