miércoles, 24 de agosto de 2016

Reflexión para el XXII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“Amigo, acércate…”

Lecturas: Eclesiástico 3,19-21.30-31; Salmo 67; Hebreos 12,18-19.22-24
Santo Evangelio según San Lucas 14, 1.7-14

Una de las características de Jesús manifiesta a lo largo del Evangelio, es su cercanía a las personas, para él no existían las distinciones, pero sin lugar a dudas, dejaba ver quiénes son sus “preferidos”: los humildes, los sencillos, los pobres, los enfermos, en una palabra los más excluidos de la sociedad. Mientras más humilde y pequeño seamos, más cerca de Dios estaremos y él también se mostrará cercano a nosotros: “Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el Señor…”, nos dice el Eclesiástico.

La carta a los hebreos repite hoy por cuatro veces la palabra acercarse, pareciera que el autor sagrado quisiera dejarnos claro que es vital nuestra cercanía al Señor: “Se acercaron a Dios…Se han acercado a Sión…Se han acercado a Dios, que es el juez…Se han acercado a Jesús…”. ¿Qué debemos hacer entonces para acercarnos?  El Maestro Bueno nos señala el camino para acercanos a Dios y experimentar su amor misericordioso: La humildad.

El Evangelio nos relata que Jesús fue invitado a comer a casa de un jefe de los fariseos, él observó cómo los invitados escogían los primeros puestos y les expuso con una parábola la necesidad de mostrarse siempre humildes, de escoger mejor los últimos puestos, de modo que no quedaran expuestos a la vergüenza. El orgulloso y engreído se aleja de Dios porque se tiene por mejor, con aires de autosuficiencia. El humilde en cambio, se reconoce necesitado del amor de Dios y de los hermanos y puede hacerse cercano a Dios, hasta el punto de escuchar: “Amigo, acércate…”.

Cuánta humildad nos hace falta para experimentar la cercanía de Dios. A la vez el Señor nos exige la cercanía a los demás. No se puede estar cerca de Dios y lejos de nuestros hermanos. Jesús se dirige a quien lo invitó y le sugiere que invite a aquellos que no pueden devolverle el favor: “…cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso…”. Los humildes se encuentran y revelan a Dios.

Pidamos al Señor la gracia de ser humildes para poder ser sus amigos y participar en su banquete, el orgullo nos hace rechazar a Dios y a los demás. La humildad abre puertas, la soberbia las cierra. Tengamos siempre presente lo que el Maestro nos dice: “…el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”. Actuemos siempre con humildad y sigamos el ejemplo de Jesús que siempre fue cercano a todos porque toda su vida fue “…manso y humilde de corazón”. Acerquémonos al Señor, el pase de entrada es abandonarnos en sus manos y reconocer que lo necesitamos, que necesitamos a nuestros hermanos y que no somos más que los demás.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Reflexión para el XXI Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

"La puerta angosta"

Lecturas: Isaías 66, 18-21; Salmo 116; Hebreos 12, 5-7.11-13
Santo Evangelio según San Lucas 13,22-30


El Evangelio de hoy nos presenta una interrogante: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”. El Maestro Bueno no da un número, calla, hay como una especie de silencio, pero da recomendaciones al respecto. ¿Queremos salvarnos?, nos dice Jesús: “Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta…” allí está la clave; la salvación sólo se alcanza con esfuerzo, dedicación, e incluso dolor y lágrimas.

Todos los seres humanos decimos que queremos ir al cielo, todos, por lo menos los que somos creyentes, deseamos alcanzar la salvación, pero para lograrlo hay que trabajar arduamente. A veces pensamos que para alcanzar la salvación basta con rezar, decir que creemos en Dios, que lo amamos, que nos portamos bien, que “medio vamos a Misa”… Nos hacemos una fe y un Dios a la medida, son los llamados “católicos light”. Tenemos que comprender que ser creyente es mucho más que ir a Misa. Ojalá que por nuestra negligencia y pereza, el Señor no tenga que decirnos: “No sé quiénes son ustedesApártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal”.

La tarea de alcanzar el cielo, suele ser fatigosa, a veces dolorosa. Aun así, no podemos desanimarnos. Las dificultades y pruebas de la vida, no son para que pensemos que Dios se ha alejado de nosotros, al contrario, todo ello contribuye para nuestra salvación, por eso la Carta a los Hebreos, nos anima diciendo: “Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a los que ama y da azotes a sus hijos predilectos”. La idea es “no tirar la toalla”, la prueba es difícil en el instante, pero poco a poco empezamos a ver la luz al final del túnel.

Todos estamos llamados a alcanzar la Vida Eterna. El Señor hizo un sacrificio enorme por nosotros, de alguna manera debemos retribuir lo que por su infinita gratuidad hemos recibido. O trabajamos por alcanzar el cielo, o nos condenamos a la nada, está en nuestras manos la decisión. Tenemos un cupo en el cielo, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados, si tenemos los medios, aprovechemos, y recordemos lo que Jesús nos dice: “Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos”.

Ánimo, no olvidemos que el Señor vendrá y que a todos nos ofrece su salvación, así lo afirma el Profeta Isaías hoy: “Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua. Vendrán y verán mi gloria”. Pidamos al Señor la gracia de trabajar por nuestra salvación, que Él nos ilumine y podamos comprender que “… grande es su amor hacia nosotros y su fidelidad dura por siempre”. Que nadie se sienta excluido del Plan de Dios.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela

miércoles, 10 de agosto de 2016

Reflexión para el XX Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra?”
Lecturas: Jeremías 38, 4-6.8-10; Salmo 39; Hebreos 12, 1-4;
Evangelio según San Lucas 12, 49-53

Una de las tareas de quien decide seguir al Señor, es actuar en el nombre de la Verdad. Jesús atestigua de sí mismo: “Yo soy la verdad…”. La Verdad es el anuncio de Cristo, una realidad que gusta a algunos, pero a otros repugna, porque pone al descubierto aquellas intenciones alejadas del Evangelio. Decir la verdad trae consigo riesgos, persecución, difamación, contrariedad; por eso Jesús lanza hoy una interrogante poco comprendida: ¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra?...

La paz que el mundo quiere es la ausencia de problemas, pero sin tocar los intereses humanos, y, para que exista la paz, primero ha de predicarse la Verdad. San Maximiliano Kolbe decía: “Nadie puede cambiar la Verdad. Lo que podemos y debemos hacer es buscarla, hallarla y servirla”. Jeremías ha sufrido en su propia carne las consecuencias del anuncio de la Verdad. Quieren matarlo. La gente de su tiempo esperaba mensajes “positivos”, sólo pretendían escuchar lo que ellos querían, dejando de lado la Verdad anunciada por Dios, pero al final recobra la libertad, gracias a que se mantuvo en la Verdad.

Cuando apostamos por la Verdad, seguramente encontraremos dificultades, el Maestro Bueno nos dice en el Evangelio, que su mensaje ha venido a traer división. Debemos asumir opciones y determinaciones cristianas que no encontrarán cabida en el mundo. En Jesús encontramos la garantía de tomar partido por la Verdad, él nos impulsa: “Mediten, pues, en el ejemplo de aquel que quiso sufrir tanta oposición de parte de los pecadores, y no se cansen ni pierdan el ánimo…”. Decir siempre la Verdad, mostrar siempre a Cristo y jamás desanimarnos.

Hebreos nos invita a “dejar fija la mirada en Jesús”, ello implica tener que enfrentarnos a un mundo que quiere tergiversar los valores y principios del Evangelio. La Verdad es clara y única, pues, Dios nos invita a la Vida: a defender la Familia instituida en la unión del hombre y la mujer; un cristiano que defiende y predica la Verdad rechaza: el aborto, la trata de personas, la discriminación, la intolerancia, el contrabando, el abuso de poder, la violación de los Derechos Humanos. Mantenerse en la verdad implica tener la certeza de que Dios nos ayuda: “Tú eres quien me ayuda y quien me salva; no te tardes, Dios mío”.

La Paz que Cristo viene a traer al mundo es el anuncio del Evangelio de la Verdad y de la Vida, que jamás se doblegará ante la maldad, que no callará ante los respetos humanos. Tengamos claro que “la paz no es ausencia de dificultades, sino la presencia de Cristo en nuestras vidas”. Pidamos al Buen Dios que seamos anunciadores de la Verdad, y que nunca nos apartemos de su camino de amor y misericordia.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez  Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.