“Amigo,
acércate…”
Lecturas:
Eclesiástico 3,19-21.30-31; Salmo 67; Hebreos 12,18-19.22-24
Santo
Evangelio según San Lucas 14, 1.7-14
Una
de las características de Jesús manifiesta a lo largo del Evangelio, es su
cercanía a las personas, para él no existían las distinciones, pero sin lugar a
dudas, dejaba ver quiénes son sus “preferidos”: los humildes, los sencillos,
los pobres, los enfermos, en una palabra los más excluidos de la sociedad. Mientras
más humilde y pequeño seamos, más cerca de Dios estaremos y él también se
mostrará cercano a nosotros: “Hazte tanto
más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el Señor…”, nos
dice el Eclesiástico.
La
carta a los hebreos repite hoy por cuatro veces la palabra acercarse, pareciera que el autor sagrado quisiera dejarnos claro
que es vital nuestra cercanía al Señor: “Se
acercaron a Dios…Se han acercado a Sión…Se han acercado a Dios, que es el juez…Se
han acercado a Jesús…”. ¿Qué debemos hacer entonces para acercarnos? El Maestro Bueno nos señala el camino para acercanos
a Dios y experimentar su amor misericordioso: La humildad.
El
Evangelio nos relata que Jesús fue invitado a comer a casa de un jefe de los
fariseos, él observó cómo los invitados escogían los primeros puestos y les
expuso con una parábola la necesidad de mostrarse siempre humildes, de escoger
mejor los últimos puestos, de modo que no quedaran expuestos a la vergüenza. El
orgulloso y engreído se aleja de Dios porque se tiene por mejor, con aires de
autosuficiencia. El humilde en cambio, se reconoce necesitado del amor de Dios
y de los hermanos y puede hacerse cercano a Dios, hasta el punto de escuchar: “Amigo, acércate…”.
Cuánta
humildad nos hace falta para experimentar la cercanía de Dios. A la vez el
Señor nos exige la cercanía a los demás. No se puede estar cerca de Dios y
lejos de nuestros hermanos. Jesús se dirige a quien lo invitó y le sugiere que
invite a aquellos que no pueden devolverle el favor: “…cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los
cojos y a los ciegos; y así serás dichoso…”. Los humildes se encuentran y
revelan a Dios.
Pidamos
al Señor la gracia de ser humildes para poder ser sus amigos y participar en su
banquete, el orgullo nos hace rechazar a Dios y a los demás. La humildad abre
puertas, la soberbia las cierra. Tengamos siempre presente lo que el Maestro
nos dice: “…el que se engrandece a sí
mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”. Actuemos siempre
con humildad y sigamos el ejemplo de Jesús que siempre fue cercano a todos
porque toda su vida fue “…manso y humilde
de corazón”. Acerquémonos al Señor, el pase de entrada es abandonarnos en
sus manos y reconocer que lo necesitamos, que necesitamos a nuestros hermanos y
que no somos más que los demás.
Pbro.
Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal –
Venezuela.