lunes, 17 de octubre de 2016

Reflexión para el XXX Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador”
Lecturas: Eclesiástico 35,12-14.16-18; Salmo 33; Timoteo 4,6-8.16-18
Evangelio según San Lucas 18, 9-14



Este año, la Iglesia nos ha regalado un tiempo especial dedicado a la Misericordia. Ha sido un tiempo maravilloso para acercarnos a Dios y reconocer nuestras flaquezas y debilidades. Experimentar la Misericordia de Dios nos hace grandes si reconocemos que somos pecadores. Esto es lo que el Maestro Bueno nos dice hoy: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Es la frase que resume el contenido del Evangelio de hoy.

El Señor describe con la parábola del fariseo y del publicano cómo actúa la Misericordia de Dios. El fariseo que se cree mejor y justo delante de Dios, incluso hasta llegar a compararse con el publicano nos muestra la actitud del hombre que se fía de sí mismo. Los autosuficientes prescinden del Amor y del Perdón de Dios porque se creen perfectos. ¡Qué triste! Hoy día también existen muchas personas que creen y piensan mal de sus hermanos, se comparan y dicen: “yo soy mejor que…” o “Que tal lo que hizo fulano…”. Jesús observa esto, él lo sabe y nadie lo engaña. Nadie tiene derecho a mirar por encima del hombro y despreciar a sus hermanos que han caído por humana debilidad.

La actitud del publicano nos muestra, por otra parte, cómo al reconocer sus propias miserias es escuchado por Dios: “¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador”. Todo el que se sabe pecador puede experimentar la grandeza de la Misericordia de Dios. El humilde reconoce sus miserias, sabe que necesita a Dios y por eso, al exponer sus culpas sale victorioso y justificado. La Misericordia de Dios transforma la vida de quien abre su corazón. Humillarse ante Dios es hacerse grande. Eclesiástico hoy nos deja ver que Dios jamás desatiende a quienes le buscan con sinceridad: “El Señor es un Dios justo… escucha las súplicas del oprimido…”.

El Salmo responsorial nos regala una bella jaculatoria que todos nosotros debemos recitar a diario: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. Esta debe ser nuestra plegaria. Jesús sabe que todos pecamos y que lo necesitamos, nadie puede prescindir del amor inconmensurable de Dios traducido en perdón y misericordia. ¿Eres pecador? Sí. Todos somos pecadores, pero Dios nos escucha, jamás nos deja solos: “El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo”.

Pidamos al Señor la gracia de acudir a él, con humildad. Jesús conoce nuestro corazón, y aunque los demás sean duros e indiferentes, él jamás nos despreciará; al contrario, nos está esperando y nos invita a “seguir luchando el combate”, el pecado no tiene la última palabra, es la Misericordia de Dios la que al final se impondrá y la justicia resplandecerá: “El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos… no será castigado quien se acoge a él”.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

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