martes, 17 de mayo de 2016

Reflexión para la Solemnidad de la Santísima Trinidad - Tiempo Ordinario Ciclo C

“Credo in Unum Deum…”


Lecturas: Proverbios 8,22-31; Salmo 8; Romanos 5,1-5;
Evangelio según San Juan 16,12-15

Padre, Hijo y Espíritu Santo son un solo y único Dios”, es la frase categórica que resume nuestra Profesión de Fe en el Dogma Trinitario. Por eso cuando afirmamos los domingos: “Credo in Unum Deum…” – “Creo en un solo Dios”, estamos proclamando el más grande de los Misterios del Señor: “La Santísima Trinidad”. Quien quiera explicarlo, se quedaría corto, ningún concepto filosófico o teológico abarcaría la grandeza de Dios, el ser humano sólo comprenderá y se acercará al Dios Uno y Trino, en la medida que su fe sea sincera: “Señor, yo no entiendo, pero creo, no sé cómo tres Personas distintas son un solo Dios, pero, reconociendo tu grandeza, puedo aceptar que un Dios como Tú puede darse a conocer en tres Personas distintas”.

La razón por sí sola no puede acceder al Misterio de Dios, necesita de la Fe. Dios desea que desde nuestra fe, acompañada de nuestra razón y viceversa, podamos participar de esa comunión perfecta que reflejan Padre, Hijo y el Espíritu Santo. El Salmo de hoy nos invita a reconocer nuestra pequeñez ante la presencia Trinitaria en la obra de la Creación: “Señor…Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?

¿Cómo acercarnos hoy a este Misterio de la Santísima Trinidad? El Maestro Bueno nos ha dado la clave para ir accediendo gradualmente: “Muchas cosas quedan por decirles, pero no pueden cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, les guiará hasta la verdad plena”. No podemos abarcarlo todo de una vez. Por eso es necesaria una fe sincera, que no se interrogue tanto intelectualmente. La gente sencilla, aquellos que no saben mucho o nada de teología, aquellos cuyas mentes no tienen prejuicios filosóficos ni razonamientos abstractos, nos dan grandes lecciones.

¡Cuánta humildad nos hace falta para poder penetrar en el Misterio Trinitario! Creer, en un Dios, que es Padre, sentirnos sus hijos, aceptar su mano amorosa que nos encamina, decirle con sencillez y amor profundo “Abbá”, papá, o como los niños “papito”, así lo llamaba Jesús; ese Jesús que es Hijo, se reconoció Hijo y nos enseñó a sentirnos amados por el Padre, ese Hijo que es el “rostro de la misericordia del Padre”, que siendo Dios, se rebajó y se hizo uno como nosotros y que sabiendo que retornaba al Padre nos prometió el Espíritu Santo, el “Amor del Padre y del Hijo”, el Señor y Dador de Vida, que procede del Padre y del Hijo. Ése del que Jesús dice que vendrá para glorificarlo y viene de su Padre: “Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso tomará de lo mío y se los anunciará”.
Pidamos al Buen Dios que acreciente nuestra fe para proclamarle con sincero corazón.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.


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