“Credo
in Unum Deum…”
Lecturas:
Proverbios 8,22-31; Salmo 8; Romanos 5,1-5;
Evangelio
según San Juan 16,12-15
“Padre, Hijo y Espíritu Santo son un solo y
único Dios”, es la frase categórica que resume nuestra Profesión de Fe en
el Dogma Trinitario. Por eso cuando afirmamos los domingos: “Credo in Unum Deum…” – “Creo en un solo Dios”, estamos
proclamando el más grande de los Misterios del Señor: “La Santísima Trinidad”. Quien quiera explicarlo, se quedaría corto,
ningún concepto filosófico o teológico abarcaría la grandeza de Dios, el ser
humano sólo comprenderá y se acercará al Dios Uno y Trino, en la medida que su
fe sea sincera: “Señor, yo no entiendo,
pero creo, no sé cómo tres Personas distintas son un solo Dios, pero,
reconociendo tu grandeza, puedo aceptar que un Dios como Tú puede darse a
conocer en tres Personas distintas”.
La
razón por sí sola no puede acceder al Misterio de Dios, necesita de la Fe. Dios
desea que desde nuestra fe, acompañada de nuestra razón y viceversa, podamos
participar de esa comunión perfecta que reflejan Padre, Hijo y el Espíritu
Santo. El Salmo de hoy nos invita a reconocer nuestra pequeñez ante la
presencia Trinitaria en la obra de la Creación: “Señor…Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las
estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser
humano, para darle poder?”
¿Cómo
acercarnos hoy a este Misterio de la Santísima Trinidad? El Maestro Bueno nos
ha dado la clave para ir accediendo gradualmente: “Muchas cosas quedan por decirles, pero no pueden cargar con ellas por
ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, les guiará hasta la verdad
plena”. No podemos abarcarlo todo de una vez. Por eso es necesaria una fe
sincera, que no se interrogue tanto intelectualmente. La gente sencilla,
aquellos que no saben mucho o nada de teología, aquellos cuyas mentes no tienen
prejuicios filosóficos ni razonamientos abstractos, nos dan grandes lecciones.
¡Cuánta
humildad nos hace falta para poder penetrar en el Misterio Trinitario! Creer,
en un Dios, que es Padre, sentirnos sus hijos, aceptar su mano amorosa que nos
encamina, decirle con sencillez y amor profundo “Abbá”, papá, o como los niños “papito”,
así lo llamaba Jesús; ese Jesús que es Hijo, se reconoció Hijo y nos enseñó a
sentirnos amados por el Padre, ese Hijo que es el “rostro de la misericordia del Padre”, que siendo Dios, se rebajó y
se hizo uno como nosotros y que sabiendo que retornaba al Padre nos prometió el
Espíritu Santo, el “Amor del Padre y del
Hijo”, el Señor y Dador de Vida,
que procede del Padre y del Hijo. Ése del que Jesús dice que vendrá para
glorificarlo y viene de su Padre: “Todo
lo que tiene el Padre es mío. Por eso tomará de lo mío y se los anunciará”.
Pidamos
al Buen Dios que acreciente nuestra fe para proclamarle con sincero corazón.
Pbro.
Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal –
Venezuela.
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