“Se
compadeció de ella y le dijo: No llores”
Lecturas:
1 Reyes 17,17-24; Salmo 29; Gálatas 1,11-19
Evangelio
según San Lucas 7, 11-17
Este
año la Iglesia lo ha dedicado de manera especial a la práctica de la “Misericordia”,
elemento imprescindible en la vida de un cristiano. Este domingo, la palabra de
Dios quiere que demostremos nuestra sincera disponibilidad para actuar con
misericordia. Tanto la primera lectura como el Evangelio de hoy nos describen
el modo de obrar. El Profeta Elías y Jesús comparten un escenario casi igual: una viuda que ha perdido a su único hijo y
llora desconsolada. Ambos no se quedan inertes, van, actúan, consuelan, se
compadecen y cambian aquella tristeza en gozo: “Mira tu hijo está vivo” dice Elías; “Joven, yo te lo mando: levántate.” exclama Jesús.
Los
cristianos de hoy no podemos ser simples espectadores, debemos ir al encuentro
de aquellos que sufren. El Evangelio que meditamos nos relata que, el Maestro
Bueno, mirando a la viuda “…se compadeció
de ella y le dijo: No llores”, esa actitud del Señor nos hace falta a
nosotros: compadecernos, es decir,
sufrir con el otro, “no es tener lástima”,
no, es involucrarse en la vida del que sufre, que ha perdido toda esperanza, que
se siente solo, abandonado y excluido, llevarle una palabra de ánimo “no llores”, que, en ese momento, es como
la caricia de Dios que nunca abandona, aún cuando todo parezca perdido.
¡Cuántas
familias han tenido que sufrir la pérdida de sus seres queridos! ¡Cuántos
cristianos son perseguidos y enjuiciados y nadie los acompaña ni comprende!
¡Cuántos hombres, mujeres y niños se sienten solos porque no hay nadie que les
consuele en la adversidad! ¡Cuántas personas hoy son víctimas de gobiernos
inescrupulosos que no se compadecen de las necesidades de su pueblo! ¿Nos
quedaremos de brazos cruzados? El Papa Francisco nos ha pedido salir, ser una
Iglesia en salida implica ir y acercarse, así como hizo Jesús al ver llorar a
aquella viuda, y no solo acercarse, sino también tocar, el Señor tocó el ataúd,
esto indica que nosotros tenemos que “tocar”,
hacer nuestras, las necesidades del hermano que está caído y desesperanzado.
Todos
estamos llamados a compadecernos de los hermanos, a colocarnos en los zapatos
del otro, quizá no nos sintamos dignos, pero aún así, Dios nos ha elegido para
ser portadores de consuelo y esperanza. San Pablo nos lo deja ver, él, antes,
era un perseguidor, alguien que no era capaz de compadecerse, ahora se siente
elegido por el Señor: “Dios me ha elegido
desde el seno de mi madre, y por su gracia me llamó”.
Pidamos
al Señor que nada nos detenga ante el sufrimiento del hermano. Ser
misericordiosos exige ir, hablar, acompañar, llevar sobre los brazos, como
Elías, aquello que es causa de dolor, y transformarlo en esperanza y gozo,
hasta el punto de que a quien nos acercamos pueda experimentar la presencia de
Dios y exclamar: “Convertiste mi duelo en
alegría…Te alabaré Señor eternamente”.
Pbro.
Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal –
Venezuela.
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