miércoles, 8 de junio de 2016

Reflexión para el XI Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“Tus pecados te han quedado perdonados”

Lecturas: 2 Samuel 12,7-10.13; Salmo 31; Gálatas 2,16.19-21
Evangelio según San Lucas 7,36-8,3

 El “perdón” es la palabra clave para este domingo. Dios no duda en derramar su misericordia sobre todo aquel que se confiesa pecador. La Palabra de Dios nos muestra que, para experimentar la misericordia del Señor, es necesaria la apertura de corazón. Por eso, David, a quien Natán le descubre su pecado, exclama sinceramente: “¡He pecado contra el Señor!”. Esta actitud de David, le obtiene una gracia maravillosa: “El Señor te perdona tu pecado. No morirás”. Aquí ocurre algo importantísimo, quien asume su caída, es capaz de levantarse y dar el primer paso para cambiar y además está dispuesto a asumir las consecuencias para empezar de nuevo.

Ninguno de nosotros es mejor que los demás. Somos pecadores, reconocerse frágiles es una condición imprescindible en la vida de un verdadero discípulo de Jesús. El Salmo responsorial lo evidencia: “Ante el Señor reconocí mi culpa, no oculté mi pecado. Te confesé, Señor, mi gran delito y tú me has perdonado”. Sin una confesión sincera, sin un reconocimiento verdadero de nuestra condición de pecadores, difícilmente accederemos a la gracia del perdón.

El Evangelio de hoy nos muestra claramente cómo, teniendo conciencia de ser pecadores, se consigue entrar en el corazón de Dios. Dos personas ante Jesús: El fariseo Simón y la Pecadora, ambos con las misma posibilidades de experimentar la misericordia de Dios, pero sólo la actitud de uno de ellos pudo encontrarse cara a cara con el perdón del Maestro Bueno. No hay que distinguir aquí dos tipos de personas, no, ambos son iguales a los ojos de Jesús, lo que se evidencia aquí son dos tipos de actitud.

Por una parte, observamos a un fariseo encerrado en su “ley”, esto, según su esquema mental le hace mejor que aquella mujer. Hizo un juicio temerario en su corazón: “Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora”. Creerse mejor que los demás obstruye el paso hacia Dios, nadie tiene por qué creerse limpio, digno, justo. No. Mientras más reconocemos nuestras miserias, más experimentamos el amor de Dios y estamos dispuestos a enmendar enteramente nuestras vidas.

En un segundo momento, nos encontramos con una mujer que “se coló” en el banquete. Ella, a diferencia de Simón, reconoce su miseria, su pecado, su fragilidad, se acerca a Jesús y él se deja encontrar. Deja que le bañemos con las lágrimas de nuestro pecado y que le perfumemos con nuestras debilidades, luego nos regala la frase más grande y hermosa que podamos escuchar: “Tus pecados te han quedado perdonados”. Aquella “Pecadora” abrió su corazón al perdón, la llave maestra fue, no su “perfección”, sino su “debilidad”. Parece ilógico, pero no lo es para Jesús, su lógica perdona, la nuestra nos autoexcluye y así  no podemos experimentar la maravilla de la misericordia.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

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