“Jesús,
cuando llegues a tu reino, acuérdate de mí”
Lecturas:
2 Samuel 5, 1-3; Salmo 121; Colosenses 1,12-20
Evangelio
según San Lucas 23,35-43
Celebramos
hoy la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, última celebración del
tiempo ordinario y a la vez damos clausura la Jubileo de la Misericordia. No debemos
sentir tristeza pensando que la Misericordia terminó, no, celebramos al Rey de
la Misericordia, su reinado es eterno y por tanto su Misericordia es eterna,
por ello exclamamos junto al salmista: “¡Qué
alegría… hoy estamos aquí jubilosos… delante de tus puertas”. El gozo de la
Misericordia debe permanecer presente en nuestras vidas.
El
Evangelio de hoy, no nos muestra a un rey sentado en un trono, en el esplendor
de su poder. Parece contradictorio, pero el trono es la cruz. ¿Un crucificado puede
gobernar y tener poder? Hemos dicho al
principio que el Reinado de Jesús es el de la Misericordia, desde esa cruz,
desde ese “trono” ignominioso sigue gobernando y destruyendo a su único
enemigo: “el pecado”. El reinado de Cristo no es igual o comparable con el de este
mundo, su reinado es el de la humildad, el del perdón y el de la Misericordia.
Un
ladrón arrepentido es testigo del reinado de Cristo. Este hombre condenado a
muerte se ganó el cielo primero de cualquiera, incluso podríamos pensar que fue
el primer súbdito de aquel rey amoroso: “Hoy
estarás conmigo en el paraíso”. Aquél hombre supo divisar en la cruz el
reinado de la Misericordia: “Jesús,
cuando llegues a tu reino, acuérdate de mí”. Y efectivamente, desde ya, se
gana un lugar en ese Reino de amor y perdón, muy distinto de los reinos y
poderes del mundo.
Debemos
seguir el ejemplo del buen ladrón, llamar al Maestro Bueno y pedirle que su
reino llegue a nuestras vidas. Terminemos esta reflexión meditando las palabras
del Papa Francisco:
“Jesús
está ahí en la cruz para estar con los culpables: mediante esta cercanía, Él
les ofrece la salvación. Lo que es escándalo para los jefes y para el primer
ladrón, para aquellos que estaban ahí y se burlaban de Jesús, este, en cambio,
es el fundamento de su fe. Y así, el buen ladrón se convierte en testimonio de
la Gracia; sucede lo impensable: Dios me ha amado a tal punto que murió sobre
la cruz por mí. La fe misma de este hombre es fruto de la gracia de Cristo: sus
ojos contemplan en el Crucificado el amor de Dios por él, pobre pecador. Es
cierto, era ladrón, era un ladrón: es cierto. Había robado toda la vida. Pero
al final, arrepentido de lo que había hecho, viendo tan bueno y misericordioso
a Jesús, logró robarse el cielo: ¡este es un buen ladrón! Y él, llamó por el
nombre a Jesús: “es una oración breve, y todos nosotros podemos hacerla muchas
veces durante el día: “Jesús”. “Jesús”, simplemente. ¡Hagámoslo todos juntos
tres veces! Adelante: “Jesús, Jesús, Jesús”. Y así, háganla durante el día”.
Padre
Yhoan Horacio Márquez Rosario- Sacerdote Diocesano.
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