lunes, 14 de noviembre de 2016

Reflexión para el XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario - Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo - Ciclo C

“Jesús, cuando llegues a tu reino, acuérdate de mí”
Lecturas: 2 Samuel 5, 1-3; Salmo 121; Colosenses 1,12-20
Evangelio según San Lucas 23,35-43


Celebramos hoy la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, última celebración del tiempo ordinario y a la vez damos clausura la Jubileo de la Misericordia. No debemos sentir tristeza pensando que la Misericordia terminó, no, celebramos al Rey de la Misericordia, su reinado es eterno y por tanto su Misericordia es eterna, por ello exclamamos junto al salmista: “¡Qué alegría… hoy estamos aquí jubilosos… delante de tus puertas”. El gozo de la Misericordia debe permanecer presente en nuestras vidas.

El Evangelio de hoy, no nos muestra a un rey sentado en un trono, en el esplendor de su poder. Parece contradictorio, pero el trono es la cruz. ¿Un crucificado puede gobernar y tener poder?  Hemos dicho al principio que el Reinado de Jesús es el de la Misericordia, desde esa cruz, desde ese “trono” ignominioso sigue gobernando y destruyendo a su único enemigo: “el pecado”. El reinado de Cristo no es igual o comparable con el de este mundo, su reinado es el de la humildad, el del perdón y el de la Misericordia.

Un ladrón arrepentido es testigo del reinado de Cristo. Este hombre condenado a muerte se ganó el cielo primero de cualquiera, incluso podríamos pensar que fue el primer súbdito de aquel rey amoroso: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Aquél hombre supo divisar en la cruz el reinado de la Misericordia: “Jesús, cuando llegues a tu reino, acuérdate de mí”. Y efectivamente, desde ya, se gana un lugar en ese Reino de amor y perdón, muy distinto de los reinos y poderes del mundo.

Debemos seguir el ejemplo del buen ladrón, llamar al Maestro Bueno y pedirle que su reino llegue a nuestras vidas. Terminemos esta reflexión meditando las palabras del Papa Francisco:

“Jesús está ahí en la cruz para estar con los culpables: mediante esta cercanía, Él les ofrece la salvación. Lo que es escándalo para los jefes y para el primer ladrón, para aquellos que estaban ahí y se burlaban de Jesús, este, en cambio, es el fundamento de su fe. Y así, el buen ladrón se convierte en testimonio de la Gracia; sucede lo impensable: Dios me ha amado a tal punto que murió sobre la cruz por mí. La fe misma de este hombre es fruto de la gracia de Cristo: sus ojos contemplan en el Crucificado el amor de Dios por él, pobre pecador. Es cierto, era ladrón, era un ladrón: es cierto. Había robado toda la vida. Pero al final, arrepentido de lo que había hecho, viendo tan bueno y misericordioso a Jesús, logró robarse el cielo: ¡este es un buen ladrón! Y él, llamó por el nombre a Jesús: “es una oración breve, y todos nosotros podemos hacerla muchas veces durante el día: “Jesús”. “Jesús”, simplemente. ¡Hagámoslo todos juntos tres veces! Adelante: “Jesús, Jesús, Jesús”. Y así, háganla durante el día”.

Padre Yhoan Horacio Márquez Rosario- Sacerdote Diocesano.

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