jueves, 3 de septiembre de 2015

Reflexión para el XXIII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B

“Effetá: Ábrete”

(Lecturas: Isaías 35, 4-7ª; Salmo 145; Santiago 2, 1-5; Evangelio Según San Marcos 7, 31-37)


Las lecturas de la palabra de Dios que hoy escuchamos nos relatan dos notas características evidenciadas, de manera especial, en el Evangelio: sordera y mudez. Es claro que estas dos enfermedades no permiten entrar en verdadero contacto con el Señor. El Evangelio nos presenta un momento clave, a Jesús le presentan un hombre que es sordo y que apenas puede hablar (tartamudo), le piden que imponga sus manos sobre él con la finalidad de que pueda escuchar y por ende, hablar bien. Jesús ante aquel hombre cede: toca sus oídos, también su lengua y dice: “Effetá”, es decir, “Ábrete”. Inmediatamente aquel hombre suelta su lengua y empieza a escuchar perfectamente.

Hoy en día, también nosotros necesitamos que el Maestro Bueno abra nuestros oídos y nuestra lengua para escuchar su palabra y proclamar sus maravillas. Vivimos en un mundo lleno de sordos, gente que no quiere escuchar, o peor, gente que se hace la sorda. ¡Cuántas veces hemos escuchado aquel refrán: ‘no hay peor sordo que el que no quiera oír’! El mundo de hoy nos prefiere sordos y además mudos. Sordos para no escuchar las verdades que circulan: las injusticias, la corrupción, la inmoralidad, el bachaqueo, el maltrato injusto a las personas por el hecho de ser extranjeras, el abuso de poder de las autoridades, las mafias y los grupos antisociales que extorsionan y matan a sangre fría. Como no quieren que escuchemos estas certezas, tampoco quieren que las denunciemos.

Un cristiano necesita acercarse a Jesús, dejar que Él lo toque, que abra todo su ser y sea capaz de escuchar el clamor de tantos hermanos nuestros que sufren y además denunciar los males que arrecian. No podemos quedarnos callados. Dice el Evangelio que Jesús cuando tocó a aquel hombre “se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad”, pidamos a Jesús que nos haga libres para hablar, no podemos guardar silencio ante el dolor de los explotados, de los que sufren hambre, de los inmigrantes.

Pero aun así, no debemos conformarnos simplemente con abrir la boca y oír. No. Tenemos que abrir también el corazón. Debemos ser libres interiormente, ese “effetá” no es solo para nuestros oídos y lengua, es también para nuestro corazón. Así estaremos capacitados para expresar con humildad, pero también con fuerza, todo aquello que agobia y destruye a los pobres y sencillos. Hoy Santiago nos recuerda que no debemos tener favoritismos. La Iglesia no tiene exclusividades, los pobres son su opción preferencial por eso quienes somos parte de la Iglesia tenemos que prestar nuestros oídos y nuestra voz para favorecer a aquellos que no son escuchados ni tomados en cuenta.

Pidamos a Jesús que al entrar en contacto con él, toda nuestra vida y nuestro ser sean transformados de manera que seamos capaces de escuchar y de hablar desde el corazón. ¡Alaba alma mía al Señor!

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote diocesano.

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