jueves, 22 de diciembre de 2016

MENSAJE DE NAVIDAD Y DE AÑO NUEVO DEL OBISPO Y PRESBITERIO DE SAN CRISTÓBAL A LOS LAICOS CATÓLICOS Y PERSONAS DE BUENA VOLUNTAD EN EL TÁCHIRA

MENSAJE DE NAVIDAD Y DE AÑO NUEVO
DEL OBISPO Y PRESBITERIO DE SAN CRISTÓBAL
A LOS LAICOS CATÓLICOS Y PERSONAS DE BUENA VOLUNTAD EN EL TÁCHIRA.


“La gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos los hombres y nos ha enseñado a renunciar a la vida sin religión y a los deseos humanos” (Tito 2,11).

1. Atentos como hemos de estar al “paso continuo” del Señor Jesús en medio de nosotros, hacemos memoria de su Nacimiento y comprobamos cómo al contemplar su gloria seguimos recibiendo “gracia sobre gracia” (Jn 1, 16) en todo momento, especialmente el año 2017 que está por iniciarse. La preparación y celebración de la Navidad del 2016, así como la bienvenida del nuevo año se realizan en uno de los momentos más duros y oscuros de nuestra historia en Venezuela. La crisis política, económica y social, ahondada por la gravedad de la crisis moral, ha generado incertidumbre, desconfianza, desesperanza e indefensión por parte de la población.

2. La Navidad es celebración del amor de Dios quien envió a su Hijo para darnos la salvación. No es ni un sentimiento ni una actividad de carácter cultural. Es la fiesta del Emmanuel –Dios con nosotros- quien vino a redimir a la humanidad y les dio a todos los seres humanos la capacidad de llegar a ser hijos de Dios (cf. Jn 1,12). El Señor Jesús, al encarnarse, se hizo semejante en todo a los hombres menos en el pecado. La inmensa riqueza de su presencia se siente con su “paso” –Pascua- en medio de la historia humana, historia de salvación. También la celebración de la Navidad adquiere ese sentido pascual de liberación de la humanidad del pecado y sus consecuencias nocivas.

3.Estamos invitados a conmemorar el misterio de la Encarnación y del nacimiento del Hijo de Dios dejándonos llenar de su fuerza para vencer las oscuridades que rodean a la sociedad. Precisamente por su dimensión pascual, la Navidad también es fiesta de la Luz. Celebramos con alegría y esperanza la llegada de la “Luz del mundo” que da vida a los seres humanos (Cf. Jn 8,12); es la Luz de la Verdad que libera a todo hombre de la esclavitud del pecado (v.13) con la cual iluminamos el camino a seguir y nos permite desbaratar todo tipo de tiniebla que pretenda obnubilar nuestra existencia.

CON LOS PIES DESCALZOS…

4.En el desierto, Moisés recibió la misión de liberar al pueblo de Israel de la esclavitud. Yahvé había escuchado el clamor de su pueblo. Entonces decide llamar a Moisés para esa tarea. Lo hizo desde una “zarza ardiente”. Este episodio va a marcar la vida de Moisés. Yahvé le pide descalzarse al llegar al sitio antes mencionado. Allí le dice: “He visto cómo sufre mi pueblo…por eso he bajado para liberarlos…he escuchado sus clamores… Por tanto, ponte en camino que te envío ante el faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, los israelitas” (cf. Ex. 3,1ss). ¿Por qué Moisés debía descalzarse para atender la llamada de Dios? Sencillamente implicaba dejar a un lado todo aquello que lo separara del pueblo a ser liberado. Él había pertenecido a la corte del faraón. Ahora debía presentarse ante él, sin privilegios ni prebendas. Con los pies descalzos, es decir, con la misma condición de sus hermanos israelitas.

5. Lo mismo sucedió con Jesús, según nos lo enseña el Apóstol Pablo. Al encarnarse para liberar a la humanidad se despojó de su calzado y así hacerse como los hombres: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.” (Filip. 2, 6-8). En estos días de Navidad contemplamos este misterio: Jesús lo hizo todo por amor y para elevar la dignidad de los seres humanos maltratada y golpeada por el pecado.

6. Una de las mejores formas de celebrar la Navidad y darle la bienvenida al año nuevo es imitar a Moisés y a Jesús. Esto conlleva despojarnos de nuestros calzados de comodidad y privilegios que nos puedan separar de los demás; y además asumir la humildad de Jesús para no considerarnos superiores a los demás. Frente a las duras situaciones que todos estamos pasando, el ejemplo de Moisés y de Jesús nos ayudan a entender cómo también hemos recibido la llamada para escuchar el clamor de tantos hermanos nuestros que sufren y alentarlos con un serio y decidido compromiso por su liberación integral.

7. Son demasiados los clamores de nuestra gente. Incluso muchos de nosotros los gritamos al sentirnos desprotegidos y hasta abandonados. Vivimos en una especie de esclavitud producida por el pecado del mundo con sus efectos de individualismo, corrupción y menosprecio de la dignidad humana. Quienes deberían estar pendientes de la gente le han dado la espalda y prefieren caminar por otras sendas más amplias de soberbia y altivez. En particular, los más pobres e indefensos están necesitados de una mano capaz de conducirlos a la superación de su situación. Todo discípulo de Jesús debe mostrar cercanía a los pobres: «la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9)» (BENEDICTO XVI, Discurso Inaugural Conferencia de Aparecida, 13 de mayo 2007). Como miembros de la Iglesia, dejando a un lado de manera radical cualquier tipo de prebenda, nos corresponde mostrar el camino de libertad inaugurado por el Señor Jesús en comunión solidaria con todos los hombres y mujeres en esta región donde la crisis ha adquirido tintes especiales.

8. Nuestra sociedad está sumamente golpeada y en estos días de celebraciones navideñas se siente mucho más. Condenamos las acciones violentas y vandálicas ocurridas en La Fría, Coloncito, Abejales, así como en Ciudad Bolívar. Ellas han dejado profundas heridas en quienes perdieron sus pertenencias y el esfuerzo de sus trabajos de años y en aquellos que al ver con angustia lo que sucedía, sintieron el abandono de quienes debían haberle prestado seguridad. El Estado y la sociedad deben hacer un esfuerzo para mostrar solidaridad con quienes fueron despojados de sus bienes y, a la vez, garantizar la tan anhelada seguridad a todos los ciudadanos. Los católicos y personas de buena voluntad hemos de dar ejemplo de solidaridad con quienes están padeciendo las causas de la irracionalidad. A los violentos y vándalos autores de esos actos, les llamamos la atención, pues deben resarcir los daños causados, tanto materiales como morales, y no sólo pedir el perdón necesario. Apelamos a su conciencia.

CON JOSE, EN BUSCA DE POSADA.

9. Nos relata el evangelio que José, al llegar a Belén con María a punto de dar a luz, no pudo conseguir posada en el mesón. Las puertas se le fueron cerrando y así el Hijo de Dios hubo de nacer en la pobreza extrema de una pequeña cueva y reposar sus primeros instantes de existencia humana en un pesebre. Él, inmensamente rico, nació tremendamente pobre para luego darnos la mayor de las riquezas: convertirnos en hijos de Dios. José no abandonó ni a María ni a Jesús: supo resolver la emergencia sin renegar de Dios ni maldecir a nadie. Junto con María, tuvo la gracia de contemplar por primera vez la Luz de Dios en Jesús, el Salvador.

10. En esta Navidad se vuelve a repetir la misma escena, aunque con características diferentes. Muchas puertas se han venido cerrando a la llegada del Salvador. El desprecio, el olvido y el abandono de los ciudadanos en nuestro país provocan una situación donde la rabia, el desconsuelo, la desesperanza y la indefensión se hacen presentes y crecen peligrosamente. Las medidas económicas recientes han sido recibidas como una burla a la gente: hay desconfianza y poca credibilidad en la dirigencia política. En la calle, se perciben serias críticas a los dirigentes políticos de todos los colores. Para colmo, además de la escasez y desabastecimiento, aunado a la especulación de quienes pretenden manejar la economía básica de la gente, crecen las colas para el necesario abastecimiento de gasolina, de alimentos y medicinas y se hace sentir el hambre en no pocos grupos familiares, en especial los más pobres. Existen mafias que quieren controlar la vida de los ciudadanos quienes sienten indefensión ante la ineficacia del Estado que no las combate ni elimina. Nuestra frontera con Colombia no termina de abrirse de manera definitiva.

11. ¿Cómo celebrar la Navidad en una situación como ésta? La respuesta la podemos encontrar de dos maneras: una primera haciendo lo contrario de quienes le cerraron las puertas a José. Ello implica ser solidarios y misericordiosos, sin pensar que somos mejores que los demás. Nos corresponde abrir las puertas de nuestros hogares, comunidades e instituciones a todos así nadie pasará necesidad y podremos albergar al Niño Jesús quien renace en cada uno de nuestros corazones. Pero, a la vez, en segundo lugar, hacer como José: seguir tocando las puertas para ver si se nos abren; o si no, también, ofrecer la seguridad de nuestra caridad y solidaridad para recibir a tantos “niños Jesús” representados en el dolor y en el sufrimiento de nuestra gente. No podemos darnos el lujo de imitar a quienes dan la espalda al pueblo.

12.Cantamos en uno de nuestros aguinaldos más tradicionales de Venezuela que “somos gente de paz”. Hemos de demostrarlo en Navidad y a lo largo del nuevo año. No es con la violencia ni con actitudes egoístas como vamos a resolver la crisis. Hay quienes apuestan a ella y no saben que producirán frutos de muerte y de odio. No es con saqueos, ni con extorsiones, ni con “matraqueos”, ni con vandalismos como saldremos adelante. Es la hora de un cambio radical en todos: los dirigentes políticos, los ministros de la Iglesia, los profesionales, los obreros y campesinos, los jóvenes, los estudiantes… en fin, todos debemos presentarnos como edificadores de la Paz. Así podremos celebrar dignamente esta Navidad. ¿Por qué no hacerlo? Invitamos a todos los violentos y corruptos, a quienes se dedican a sembrar muerte con el narcotráfico y la delincuencia, a quienes buscan eliminar la dignidad de la persona humana y destruir la familia, a quienes han optado por enriquecerse a costa de los demás y al “bachaqueo”… a abrir las puertas de sus corazones para así permitir que el Niño Dios renazca en ellos. ¡Conviértanse! Los esperamos con los brazos abiertos del perdón y la reconciliación, sin impunidad y con justicia, para hacer del año nuevo un tiempo de amor y de paz. Conviértanse y acepten el cambio que les propone el Señor Jesús con la luz de su Evangelio.

AUNQUE LLENOS DE PROBLEMAS…NO DESESPERAMOS.

13. El Apóstol Pablo nos ofrece una recomendación para aplicarla en este tiempo de crisis cuando celebramos la fiesta de la Navidad: “Así aunque nos sobrevienen pruebas de toda clase, no nos desanimamos” (2Cor 4,8). Precisamente en la Navidad encontramos la razón de ser de nuestra existencia y la fuerza para vencer las dificultades del mundo: la presencia amorosa y transformadora de Jesús quien nos hace hijos de Dios, liberados para liberar a los hermanos. Con esta condición podemos hacer realidad la fuerza del amor fraterno: entonces demostraremos en este tiempo lindo de Navidad que no nos preocupan los aspectos materiales, sino la fuerza viva de la Palabra de salvación con la cual somos capaces de construir el Reino de Justicia, paz y amor inaugurado por el Niño de Belén.

14. Desde esta misma actitud nos hacemos eco de los clamores de nuestra gente, para que ella no se desespere ni pierda el horizonte. Hacemos un llamado a las autoridades civiles y militares, a todos los dirigentes políticos, sociales, empresariales y económicos, a los responsables de instituciones… a asumir  lo que el Papa Francisco ha denominado el “gusto espiritual de ser pueblo” (Ev. G. 268). No den la espalda al pueblo, pues ustedes también forman parte de él. Quienes tienen la responsabilidad de dirigir el país, cualquiera que sea su posición, están obligados a dar ejemplo de diálogo y de entendimiento no para buscar sus intereses particulares sino el bien común de todos. Un buen ejemplo nos darían si de verdad se concreta el diálogo para ir asumiendo y respetando los acuerdos hacia una solución a la crisis y, sobre todo, para mostrar respeto y consideración al pueblo venezolano. A todos los cristianos, laicos y sacerdotes, religiosos y agentes de pastoral les pedimos actuar identificados en el nombre de Cristo. Navidad debe ser un tiempo de renovación.

15. Es tiempo para la reconciliación. El año nuevo 2017 debe ser continuación de nuestro caminar por las sendas de la misericordia y de la reconciliación. Esto lo celebramos y preparamos mejor aún en la Navidad. En medio de las dificultades, no nos dejemos llevar por el desconsuelo, sino sintamos la fuerza que viene de lo alto para ayudar a construir en Venezuela y en nuestra región el Reino de Dios. No hacerlo es cerrar las puertas que José y su Sagrada Familia desean se les abra. Hacerlo es reconocer que somos capaces de actuar en el nombre de un Dios de amor que todo lo puede. ¡No nos dejemos robar ni la Navidad ni la esperanza!

16. Al desearnos feliz navidad y un año nuevo rico en la gracia de Dios, nos encomendamos a la maternal protección de María del Táchira y de San José. Que Dios Uno y Trino nos siga bendiciendo y dando el entusiasmo de la fe, de la esperanza y del amor para ser testigos y servidores de la justicia y de la paz.

Con mi cariñosa bendición de pastor,

+Mario del Valle, Obispo de San Cristóbal.

San Cristóbal, 22 de diciembre del año 2016.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Reflexión para el III Domingo de Adviento - Ciclo A

“¡Ánimo! No teman”
Lecturas: Isaías 35, 1-6.10; Salmo 145; Santiago 7, 5-10
Evangelio según San Mateo 11,2-11



El Adviento es significativo porque nos invita a aguardar la venida del Señor, no con angustia, sino con tranquilidad y en paz. Pero aun así, las contrariedades de la vida y las tentaciones del mundo quieren arrebatarnos la paciencia, requisito indispensable para recibir al Señor. De hecho, este domingo, el profeta Isaías nos trae una palabra de aliento: “¡Ánimo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos”. No debemos desanimarnos, en medio de nuestros desiertos hay que dar cabida a la alegría: “Regocíjate yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores…”.

A veces, pareciera que nuestro esfuerzo y nuestra esperanza por lo que hemos luchado y predicado, no produjeran frutos, esto fue lo que experimentó Juan el Bautista: desánimo, se sintió defraudado, porque todo lo que había hecho para prepararse y preparar a los demás, para el Señor pareciera perdido. Por eso envió a preguntar al Maestro Bueno: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”.

La desesperanza quiere anclarse en nuestro corazón, Jesús lo sabe, por eso manda decir a Juan: “…los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios…los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí”. Es decir, no nos sintamos defraudados, aunque pareciera que todo está perdido, no es así. El Señor está con nosotros, hay que seguir luchando aun cuando se esté preso, oculto, aislado, incomprendido. No hay que dejar nunca de anunciar y preparar el camino que conduce a Dios.

En las situaciones más oscuras de nuestra vida, podemos experimentar la impaciencia, que nos inclina a desfallecer. El Apóstol Santiago nos alienta también: “Aguarden también ustedes con paciencia y mantengan firme el ánimo, porque la venida del Señor está cerca”. El ánimo nos saca del abismo de la desesperanza y nos conduce a fiarnos plenamente de Dios que nunca nos defrauda: “El Señor siempre es fiel a su palabra…”, nos dirá el salmista.

El Señor Jesús dio testimonio de Juan, vio en él a aquel que dispuso a allanar los senderos, resaltó el trabajo del Bautista. Seguro que Juan, al recibir la respuesta de Jesús, recobró las fuerzas y, desde aquella cárcel, siguió “preparando el camino del Señor”. Cuando se confía en Dios, nada ni nadie podrá desanimarnos, ni los más difíciles problemas. Este tercer domingo de Adviento, pidamos al Señor la gracia de no desanimarnos jamás, que nos envíe su palabra de aliento para seguir haciendo el bien hasta el último segundo de nuestras vidas. Libéranos, Señor, de la desesperanza, de la inquietud, de todo aquello que quiere hacernos dudar de Ti y concédenos mantenernos siempre fuertes, llena de alegría nuestro corazón para poder exclamar con gozo: “¡Ven, Señor, a salvarnos!”.

Padre Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.


miércoles, 30 de noviembre de 2016

Reflexión para el II Domingo de Adviento - Ciclo A

“Arrepiéntanse, prepárense”
Lecturas: Isaías 11,1-10; Salmo 71; Romanos 15,4-9
Evangelio según San Mateo 3,1-12


Hemos iniciado el Adviento, y habrá una constante propuesta por la Palabra de Dios para vivir este tiempo litúrgico: “prepárense”. En el Evangelio de hoy podemos observarla acompañada de la palabra “arrepiéntanse”; de modo que el binomio “arrepiéntanse-prepárense” será la clave para seguir haciendo camino y poder contemplar la llegada de Jesús en la Navidad que se avecina.

Juan el Bautista será hoy el guía, es él, quien con su vida y predicación, nos enseña el modo de encontrarnos verdaderamente con el Salvador: “Arrepiéntanse porque el Reino de los cielos está cerca”. El Bautista nos enseña que, para poder participar de la presencia de Dios en nuestras vidas, es indispensable el arrepentimiento. Es necesario dar un giro a nuestras vidas. Arrepentirse es el comienzo del camino de conversión para todo aquel que desea que Jesús nazca en su corazón.

Nadie, que desee la venida del Señor, debe continuar fingiendo delante de Dios, pues el Señor conoce los corazones, así nos dice Isaías: “No juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas; defenderá con justicia al desamparado y con equidad dará sentencia al pobre… Será la justicia su ceñidor…”. Es necesario cambiar de actitud, el que se arrepiente lo demuestra con obras, con coherencia de vida: “Hagan ver con obras su arrepentimiento”, nos dirá Juan. Por tanto, hay que dejar aquello que ensombrece nuestras vidas y caminar hacia Cristo, el Sol que nace de lo alto.

El evangelista Mateo nos propone, además del arrepentimiento, la “preparación”: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos”. La verdadera preparación inicia con el arrepentimiento. Juan el Bautista, se preparó antes de iniciar su predicación: “Juan usaba una túnica de pelo de camello…y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. La vida requiere de privaciones, es importante que tomemos conciencia y desterremos de nosotros toda vanidad, la penitencia, en este adviento, también es necesaria para no dejarse llevar por el consumismo y el materialismo que año tras año quieren opacar el Nacimiento de Jesús.

Prepararse, significa también, vivir en el espíritu de Cristo. San Pablo nos dice: “Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, les conceda a ustedes vivir en perfecta armonía unos con otros, conforme al espíritu de Cristo Jesús…”. Hoy es necesaria la reconciliación, si deseamos vivir una verdadera Navidad debemos romper toda cadena de odio y división, eliminar las rencillas que a veces tenemos en nuestras familias, en nuestro trabajo o comunidad. En este Adviento, vivamos la aceptación, como hermanos que somos: “Acójanse los unos a los otros como Cristo los acogió a ustedes”. El perdón forma parte de la dinámica: “arrepentirse-prepararse, sólo así podemos exclamar: “Ven, Señor, rey de justicia y de paz”. Abramos nuestro corazón al arrepentimiento, preparémonos asiduamente y así veremos todos a nuestro Señor Jesucristo, que ya llega a salvarnos: ¡Ven pronto, Señor!

Padre Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal - Venezuela

lunes, 21 de noviembre de 2016

Reflexión para el I Domingo del Tiempo de Adviento - Ciclo A

“Velen y estén preparados”
Lecturas: Isaías 2,1-5; Salmo 121; Romanos 13,11-14
Evangelio según San Mateo 24,37-44



Iniciamos el Adviento, tiempo litúrgico que nos invita a colocarnos en actitud de espera y preparación para el advenimiento=venida de nuestro Salvador Jesucristo. El Evangelio de hoy enfatiza dos actitudes que deben estar presentes en nuestros corazones: “Velar”, es decir, “esperar, aguardar” y “Preparar, disponer” para no quedar desprevenidos ante un acontecimiento que es evidente y sucederá: “Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor”.

“Velen”, es la primera recomendación que nos da el Maestro Bueno. El Señor quiere que estemos prevenidos, no quiere que su venida nos tome por sorpresa. A veces los cristianos vivimos sumidos en la distracción y la mundanidad, en términos generales, nos descuidamos. Jesús, refiriéndose al libro del Génesis nos habla lo sucedido en los tiempos de Noé: “Antes del diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el Arca. Y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos”. A este respecto nos advierte San Pablo: “Tomen en cuenta el tiempo en que vivimos. Ya es hora de que se despierten del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca…”.

Hay que despertarse, el pecado nos adormece y el diablo es astuto para hacernos caer en la mediocridad. Por no estar vigilantes, muchas veces nos equivocamos y dejamos que Satanás nos robe la Gracia: “Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa”. Velemos, ¡Satanás es un ladrón, no da tregua, “es pervertido y pervertidor” nos advirtió el Beato Pablo VI.

“Estén Preparados”, es la segunda recomendación del Señor. Todo aquel que permanece en actitud de espera, debe disponerse, prepararse para que su vida resplandezca ante la llegada de Jesús. “Vayamos con alegría al encuentro del Señor” es la invitación del Salmo responsorial. La alegría es la mejor actitud para el encuentro con el Señor. Debemos desterrar la tristeza y el odio de nuestros corazones, esto nos ayudará a vivir de modo transparente porque hay actitudes que nos alejan de Dios.

San Pablo nos da algunas recomendaciones para prepararnos: “Comportémonos honestamente… Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujurias ni desenfrenos, nada de pleitos ni envidias”. Todos estamos llamados a vivir una vida auténtica, llena de luz: “Caminemos a la luz del Señor”, nos dirá Isaías. Vivir en la luz implica asumir el traje de Cristo: “Revístanse de nuestro Señor Jesucristo…”, es decir, pongámonos el traje de la Gracia, de la Verdad, del Perdón, de la Misericordia… este tiempo de adviento es el comienzo para vivir atentamente, con autenticidad y bien dispuestos para recibir en el corazón a Jesús, nuestro Salvador, no olvidemos: “Velen… estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”.


Padre Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote Diocesano.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Reflexión para el XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario - Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo - Ciclo C

“Jesús, cuando llegues a tu reino, acuérdate de mí”
Lecturas: 2 Samuel 5, 1-3; Salmo 121; Colosenses 1,12-20
Evangelio según San Lucas 23,35-43


Celebramos hoy la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, última celebración del tiempo ordinario y a la vez damos clausura la Jubileo de la Misericordia. No debemos sentir tristeza pensando que la Misericordia terminó, no, celebramos al Rey de la Misericordia, su reinado es eterno y por tanto su Misericordia es eterna, por ello exclamamos junto al salmista: “¡Qué alegría… hoy estamos aquí jubilosos… delante de tus puertas”. El gozo de la Misericordia debe permanecer presente en nuestras vidas.

El Evangelio de hoy, no nos muestra a un rey sentado en un trono, en el esplendor de su poder. Parece contradictorio, pero el trono es la cruz. ¿Un crucificado puede gobernar y tener poder?  Hemos dicho al principio que el Reinado de Jesús es el de la Misericordia, desde esa cruz, desde ese “trono” ignominioso sigue gobernando y destruyendo a su único enemigo: “el pecado”. El reinado de Cristo no es igual o comparable con el de este mundo, su reinado es el de la humildad, el del perdón y el de la Misericordia.

Un ladrón arrepentido es testigo del reinado de Cristo. Este hombre condenado a muerte se ganó el cielo primero de cualquiera, incluso podríamos pensar que fue el primer súbdito de aquel rey amoroso: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Aquél hombre supo divisar en la cruz el reinado de la Misericordia: “Jesús, cuando llegues a tu reino, acuérdate de mí”. Y efectivamente, desde ya, se gana un lugar en ese Reino de amor y perdón, muy distinto de los reinos y poderes del mundo.

Debemos seguir el ejemplo del buen ladrón, llamar al Maestro Bueno y pedirle que su reino llegue a nuestras vidas. Terminemos esta reflexión meditando las palabras del Papa Francisco:

“Jesús está ahí en la cruz para estar con los culpables: mediante esta cercanía, Él les ofrece la salvación. Lo que es escándalo para los jefes y para el primer ladrón, para aquellos que estaban ahí y se burlaban de Jesús, este, en cambio, es el fundamento de su fe. Y así, el buen ladrón se convierte en testimonio de la Gracia; sucede lo impensable: Dios me ha amado a tal punto que murió sobre la cruz por mí. La fe misma de este hombre es fruto de la gracia de Cristo: sus ojos contemplan en el Crucificado el amor de Dios por él, pobre pecador. Es cierto, era ladrón, era un ladrón: es cierto. Había robado toda la vida. Pero al final, arrepentido de lo que había hecho, viendo tan bueno y misericordioso a Jesús, logró robarse el cielo: ¡este es un buen ladrón! Y él, llamó por el nombre a Jesús: “es una oración breve, y todos nosotros podemos hacerla muchas veces durante el día: “Jesús”. “Jesús”, simplemente. ¡Hagámoslo todos juntos tres veces! Adelante: “Jesús, Jesús, Jesús”. Y así, háganla durante el día”.

Padre Yhoan Horacio Márquez Rosario- Sacerdote Diocesano.

martes, 8 de noviembre de 2016

Reflexión para el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”
Lecturas: Malaquías 3,19-20; Salmo 97; 2 Tesalonicenses 3,7-12
Evangelio según San Lucas 21,5-19

La Palabra de Dios nos invita a reflexionar en la venida del Señor Jesús. Pero antes, hay cosas que deben hacerse para vivir a plenitud este momento. El Maestro Bueno nos señala un sendero difícil, lleno de obstáculos y engaños: “…antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí”… “Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre…”.
 
Los cristianos, estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe en medio de las situaciones más adversas. No podemos ser indiferentes, ni mucho menos podemos estar distraídos. Los contemporáneos de Jesús estaban embebidos en la belleza del templo y ante esta realidad, Jesús, se atreve a decir palabras fuertes: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido”. El Maestro sabe que necesitamos despertar, que debemos prepararnos y que no será fácil ser sus fieles testigos.

San Pablo también nos señala el camino para no ser discípulos mediocres: “Y ahora vengo a saber que algunos de ustedes viven como holgazanes, sin hacer nada, y además, entrometiéndose en todo. Les suplicamos a esos tales y les ordenamos, de parte del Señor Jesús, que se pongan a trabajar en paz para ganarse con sus propias manos la comida”. Ante la espera de la venida del Señor, un verdadero discípulo no puede cruzar los brazos y esperar que todo le caiga del cielo, “hay que trabajar”, es decir, anunciar la verdad, disponer la vida, convertirse, recapacitar y mantenerse firmes.

Sabemos que no es fácil, que las contrariedades de la vida a veces arrecian y que nuestras fuerzas pueden vacilar. El Señor nos invita a mantenernos de pie: “Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”. Esa debe ser la actitud de quien espera en el Señor: la firmeza, el temple y la valentía para anunciar el Evangelio de la Vida y de la Misericordia. El Evangelio verdadero, que otros quieren tergiversar, debe ser defendido con nuestro testimonio de vida, el Señor nos da la certeza de que no nos abandona, así afirma Malaquías: “…para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos”.

Hoy celebramos el día del abrazo en familia, pidamos al Señor por esta institución tan atacada, seamos defensores de la verdadera familia fundada por Dios: El padre, la madre, los hijos… también de este modo daremos testimonio antes de la Venida de Jesús, que nos quiere sólidos para enfrentar a quienes desean destruir esta realidad fundada en el verdadero amor. ¡Qué el Señor Jesús, que ya se acerca, bendiga a todas las familias del mundo!


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

martes, 1 de noviembre de 2016

Reflexión para el XXXII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“Para Dios todos viven”

Lecturas: 2da Macabeos 7,1-2.9-14; Salmo 16; 2 Tesalonicenses 2, 16-3,5
Evangelio según San Lucas 20, 27-38

Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”, con esta frase, el Maestro Bueno, responde categóricamente a los saduceos, secta de aquel tiempo que negaba la resurrección. Hoy toda la Escritura nos habla de la vida después de la muerte, de modo que para todo cristiano católico este es un tema central: “La Resurrección”.

Nuestra fe nos exige dar testimonio de la resurrección, sabiendo que ella es el centro de nuestra esperanza cristiana. Un hermoso ejemplo de la esperanza en la resurrección nos lo ofrece el segundo libro de los Macabeos. Nos encontramos allí con el firme testimonio de una familia que no se doblega ante las amenazas de muerte del rey Antíoco Epifanes: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará”. Un cristiano convencido de su fe, no teme a las contrariedades de la vida, no teme a la muerte, sabiendo que su vida está enteramente en las manos de Dios.

Efectivamente, todos estamos llamados a creer en la resurrección. El Señor Jesús nos dice que para Dios “todos viven”. Ahora bien, hasta qué punto estamos convencidos de esta realidad. Los saduceos del tiempo de Jesús estaban convencidos de que no había vida después de la muerte, ¿y nosotros? En la actualidad, existen muchas corrientes ideológicas que niegan este acontecimiento, en vez de resurrección, hablan de “reencarnación”, dan paso a una visión simplista y materialista de la vida. A este respecto ya nos había advertido San Pablo: “Oren también para que Dios nos libre de los hombres perversos y malvados que nos acosan, porque no todos aceptan la fe”.

Hoy más que nunca, los cristianos debemos ser coherentes con nuestra fe. No podemos dejarnos arrastrar por aquellas posturas que ponen su ahínco en la muerte y carecen de esperanza. La fe, cuando se vive a plenitud, nos ayuda a mantener viva la esperanza, recordando aquello que San Pablo nos enseñó: “Si Cristo no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe”. Hay tantos cristianos que nos dan ejemplo, muchos de ellos hoy día son perseguidos y asesinados por causa de su fe, eso nos alienta a no dar un paso atrás, aun cuando las circunstancias sean las más adversas.

Jesús nos enseña a mantener la postura, deja a los saduceos en ridículo, luego con su resurrección deja al descubierto esta gran verdad: ¡Dios es un Dios de vivos! Los siete hermanos se mantuvieron firmes en la fe, dieron su vida, no para perderla sino para ganarla. La resurrección es el premio para los cristianos que se mantienen de pie, para aquellos que a pesar de los embates de la vida se mantienen firmes, es la esperanza de aquellos que dicen: “Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro”.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.



viernes, 28 de octubre de 2016

Reflexión para el XXXI Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“Hoy tengo que hospedarme en tu casa”
Lecturas: Sabiduría 11,22-12,2; Salmo 144; 2 Tesalonicenses 1,11-2,2
Evangelio según San Lucas 19,1-10

Jericó está convulsionada, algo está pasando, o mejor, “alguien está pasando”, es Jesús. Seguramente muchos habían oído las maravillas que el Maestro Bueno ha realizado, pero nunca le han visto. Esta era la oportunidad, así nos deja ver la curiosidad de Zaqueo: “En aquel tiempo Jesús entró en Jericó, y al ir atravesando la ciudad, sucedió que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a Jesús…”. El deseo de conocer a Jesús está en el corazón del hombre, y quien necesita encontrarse con él hace lo que sea, incluso encaramarse en un árbol, como lo hizo Zaqueo: “…se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí”.

Este movimiento de Zaqueo no quedó sin respuesta. Aquí se revierte todo, ya no es Zaqueo quien se mueve, es Jesús quien va a su encuentro: “…Jesús levantó los ojos y le dijo: Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Es impactante esta escena, Zaqueo no conocía a Jesús pero él “sí lo conoce”, sabe su nombre, lo mira, y de paso desea quedarse en su casa, comer con él, compartir con él. Podríamos preguntarnos ¿quién busca a quién? Al principio parece ser Zaqueo, luego es Jesús el que lo busca. ¡Qué hermoso momento! Jesús nos busca, sale al encuentro de los que le necesitan, de los que están en pecado y quiere compartir con ellos.

Jesús quiere hospedarse en nuestras vidas, quiere penetrar lo profundo de nuestro corazón. Jesús dice a Zaqueo que baje pronto del árbol, y él accede con prontitud: “El bajó en seguida y lo recibió muy contento”. Ojalá tengamos la actitud de Zaqueo. Aquel Jefe de recaudadores de impuestos, hombre mal visto por todos, recibió una visita inesperada y cambió radicalmente. Aunque seamos los más pecadores del mundo, no importa, si buscamos a Jesús, él vendrá a nuestro encuentro y hará que nuestras vidas se conviertan radicalmente.

El Señor siempre perdona, nos corrige con amor porque cree en nosotros: “Por eso a los que caen, los vas corrigiendo poco a poco, los reprendes y les traes a la memoria sus pecados, para que se arrepientan de sus maldades…”. Zaqueo, el pecador, ahora ha cambiado porque se ha sentido perdonado. Cuando abramos el corazón al Maestro que pasa, también vamos a experimentar el cambio en nuestras vidas. Aquel recaudador de impuestos se despojó de todo aquello que no valía la pena, encontrarse con Jesús exige respuestas radicales. No podemos cambiar a medias, con el pecado hay que ser radicales y convertirnos plenamente a Dios.

¿Qué había pasado con Zaqueo? El Maestro Bueno lo ha dicho: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”. No importa que los demás nos señalen, no importa que los demás nos aborrezcan, Jesús no lo hace y quiere entrar a nuestras vidas y quedarse con nosotros.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

lunes, 17 de octubre de 2016

Reflexión para el XXX Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador”
Lecturas: Eclesiástico 35,12-14.16-18; Salmo 33; Timoteo 4,6-8.16-18
Evangelio según San Lucas 18, 9-14



Este año, la Iglesia nos ha regalado un tiempo especial dedicado a la Misericordia. Ha sido un tiempo maravilloso para acercarnos a Dios y reconocer nuestras flaquezas y debilidades. Experimentar la Misericordia de Dios nos hace grandes si reconocemos que somos pecadores. Esto es lo que el Maestro Bueno nos dice hoy: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Es la frase que resume el contenido del Evangelio de hoy.

El Señor describe con la parábola del fariseo y del publicano cómo actúa la Misericordia de Dios. El fariseo que se cree mejor y justo delante de Dios, incluso hasta llegar a compararse con el publicano nos muestra la actitud del hombre que se fía de sí mismo. Los autosuficientes prescinden del Amor y del Perdón de Dios porque se creen perfectos. ¡Qué triste! Hoy día también existen muchas personas que creen y piensan mal de sus hermanos, se comparan y dicen: “yo soy mejor que…” o “Que tal lo que hizo fulano…”. Jesús observa esto, él lo sabe y nadie lo engaña. Nadie tiene derecho a mirar por encima del hombro y despreciar a sus hermanos que han caído por humana debilidad.

La actitud del publicano nos muestra, por otra parte, cómo al reconocer sus propias miserias es escuchado por Dios: “¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador”. Todo el que se sabe pecador puede experimentar la grandeza de la Misericordia de Dios. El humilde reconoce sus miserias, sabe que necesita a Dios y por eso, al exponer sus culpas sale victorioso y justificado. La Misericordia de Dios transforma la vida de quien abre su corazón. Humillarse ante Dios es hacerse grande. Eclesiástico hoy nos deja ver que Dios jamás desatiende a quienes le buscan con sinceridad: “El Señor es un Dios justo… escucha las súplicas del oprimido…”.

El Salmo responsorial nos regala una bella jaculatoria que todos nosotros debemos recitar a diario: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. Esta debe ser nuestra plegaria. Jesús sabe que todos pecamos y que lo necesitamos, nadie puede prescindir del amor inconmensurable de Dios traducido en perdón y misericordia. ¿Eres pecador? Sí. Todos somos pecadores, pero Dios nos escucha, jamás nos deja solos: “El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo”.

Pidamos al Señor la gracia de acudir a él, con humildad. Jesús conoce nuestro corazón, y aunque los demás sean duros e indiferentes, él jamás nos despreciará; al contrario, nos está esperando y nos invita a “seguir luchando el combate”, el pecado no tiene la última palabra, es la Misericordia de Dios la que al final se impondrá y la justicia resplandecerá: “El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos… no será castigado quien se acoge a él”.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

lunes, 10 de octubre de 2016

Reflexión para el XXIX Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

¡Orar siempre, sin desanimarse!
Lecturas: Éxodo 17, 8-13; Salmo 120; Timoteo 3, 14-4,2
Evangelio según San Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre, sin desanimarse les propuso esta parábola…” En esta frase del Evangelio encontramos el interés de Jesús por enseñar a sus discípulos a orar. Él sabe que la oración es el fundamento sólido de quien desea seguirle, sin ella desfallecemos, con ella nos mantenemos. La parábola narrada por el Señor nos indica la insistencia que debemos mantener para no desanimarnos en la oración, la viuda que constantemente acudía ante el juez injusto para pedirle justicia hasta que consigue su cometido, nos anima a orar y pedir constantemente al Señor.

El Padre San Pío de Pietrelcina solía decir: “Ora, espera y no te preocupes. Dios es misericordioso y escuchará tu oración”. A veces tenemos la actitud y la disposición para orar, pero solemos cansarnos muy rápido al no obtener una respuesta pronta de parte de Dios. Nos desanimamos, nos preocupamos y bajamos la guardia. El libro del Éxodo nos da la clave para cambiar nuestra actitud ante el desánimo que nos sobreviene; dice el texto sagrado que el pueblo de Israel venció en combate a Amalec gracias a la oración de Moisés: “Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec.”

La oración contiene un poder extraordinario. Es maravilloso ver cómo podemos interceder por los demás y por nosotros mismos, incluso podemos conseguir ayuda en esos momentos en los que nuestra oración no es suficiente. Moisés al cansarse de mantener los brazos elevados, fue ayudado por Aarón y Jur, quienes se los sostenían en esos momentos de debilidad. ¡Cuántas veces nosotros nos debilitamos en la oración! Aun así, siempre habrá alguien que nos ayude, que nos sostenga y nos anime en los momentos más difíciles de la vida, es esos momentos donde pareciera que la oración es inútil, allí siempre aparecerá alguien que subirá con nosotros hacia la montaña.

Hay que orar siempre, recurrir  a Dios “a tiempo y a destiempo”. La oración es la fuente de vitalidad del ser humano. Hay un bello pensamiento que cita: “La oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios”. Esto es muy cierto, con la oración nos mantenemos en pie de lucha, Dios  cede ante nuestra oración y jamás dejará de escucharnos:No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel.” En esos momentos de incertidumbre y desolación nos queda la oración. Jesús quiere enseñarnos que la oración es la medicina del alma, que no podemos prescindir de ella.

Pidamos al Señor la gracia de ser constantes en la oración, de perseverar firmemente, que no nos gane el desánimo, el diablo quiere vernos derrumbados, en cambio, el Señor, nos quiere con las manos en alto, como Moisés, para nunca desfallecer.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Reflexión para el XXII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“Amigo, acércate…”

Lecturas: Eclesiástico 3,19-21.30-31; Salmo 67; Hebreos 12,18-19.22-24
Santo Evangelio según San Lucas 14, 1.7-14

Una de las características de Jesús manifiesta a lo largo del Evangelio, es su cercanía a las personas, para él no existían las distinciones, pero sin lugar a dudas, dejaba ver quiénes son sus “preferidos”: los humildes, los sencillos, los pobres, los enfermos, en una palabra los más excluidos de la sociedad. Mientras más humilde y pequeño seamos, más cerca de Dios estaremos y él también se mostrará cercano a nosotros: “Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el Señor…”, nos dice el Eclesiástico.

La carta a los hebreos repite hoy por cuatro veces la palabra acercarse, pareciera que el autor sagrado quisiera dejarnos claro que es vital nuestra cercanía al Señor: “Se acercaron a Dios…Se han acercado a Sión…Se han acercado a Dios, que es el juez…Se han acercado a Jesús…”. ¿Qué debemos hacer entonces para acercarnos?  El Maestro Bueno nos señala el camino para acercanos a Dios y experimentar su amor misericordioso: La humildad.

El Evangelio nos relata que Jesús fue invitado a comer a casa de un jefe de los fariseos, él observó cómo los invitados escogían los primeros puestos y les expuso con una parábola la necesidad de mostrarse siempre humildes, de escoger mejor los últimos puestos, de modo que no quedaran expuestos a la vergüenza. El orgulloso y engreído se aleja de Dios porque se tiene por mejor, con aires de autosuficiencia. El humilde en cambio, se reconoce necesitado del amor de Dios y de los hermanos y puede hacerse cercano a Dios, hasta el punto de escuchar: “Amigo, acércate…”.

Cuánta humildad nos hace falta para experimentar la cercanía de Dios. A la vez el Señor nos exige la cercanía a los demás. No se puede estar cerca de Dios y lejos de nuestros hermanos. Jesús se dirige a quien lo invitó y le sugiere que invite a aquellos que no pueden devolverle el favor: “…cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso…”. Los humildes se encuentran y revelan a Dios.

Pidamos al Señor la gracia de ser humildes para poder ser sus amigos y participar en su banquete, el orgullo nos hace rechazar a Dios y a los demás. La humildad abre puertas, la soberbia las cierra. Tengamos siempre presente lo que el Maestro nos dice: “…el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”. Actuemos siempre con humildad y sigamos el ejemplo de Jesús que siempre fue cercano a todos porque toda su vida fue “…manso y humilde de corazón”. Acerquémonos al Señor, el pase de entrada es abandonarnos en sus manos y reconocer que lo necesitamos, que necesitamos a nuestros hermanos y que no somos más que los demás.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Reflexión para el XXI Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

"La puerta angosta"

Lecturas: Isaías 66, 18-21; Salmo 116; Hebreos 12, 5-7.11-13
Santo Evangelio según San Lucas 13,22-30


El Evangelio de hoy nos presenta una interrogante: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”. El Maestro Bueno no da un número, calla, hay como una especie de silencio, pero da recomendaciones al respecto. ¿Queremos salvarnos?, nos dice Jesús: “Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta…” allí está la clave; la salvación sólo se alcanza con esfuerzo, dedicación, e incluso dolor y lágrimas.

Todos los seres humanos decimos que queremos ir al cielo, todos, por lo menos los que somos creyentes, deseamos alcanzar la salvación, pero para lograrlo hay que trabajar arduamente. A veces pensamos que para alcanzar la salvación basta con rezar, decir que creemos en Dios, que lo amamos, que nos portamos bien, que “medio vamos a Misa”… Nos hacemos una fe y un Dios a la medida, son los llamados “católicos light”. Tenemos que comprender que ser creyente es mucho más que ir a Misa. Ojalá que por nuestra negligencia y pereza, el Señor no tenga que decirnos: “No sé quiénes son ustedesApártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal”.

La tarea de alcanzar el cielo, suele ser fatigosa, a veces dolorosa. Aun así, no podemos desanimarnos. Las dificultades y pruebas de la vida, no son para que pensemos que Dios se ha alejado de nosotros, al contrario, todo ello contribuye para nuestra salvación, por eso la Carta a los Hebreos, nos anima diciendo: “Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a los que ama y da azotes a sus hijos predilectos”. La idea es “no tirar la toalla”, la prueba es difícil en el instante, pero poco a poco empezamos a ver la luz al final del túnel.

Todos estamos llamados a alcanzar la Vida Eterna. El Señor hizo un sacrificio enorme por nosotros, de alguna manera debemos retribuir lo que por su infinita gratuidad hemos recibido. O trabajamos por alcanzar el cielo, o nos condenamos a la nada, está en nuestras manos la decisión. Tenemos un cupo en el cielo, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados, si tenemos los medios, aprovechemos, y recordemos lo que Jesús nos dice: “Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos”.

Ánimo, no olvidemos que el Señor vendrá y que a todos nos ofrece su salvación, así lo afirma el Profeta Isaías hoy: “Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua. Vendrán y verán mi gloria”. Pidamos al Señor la gracia de trabajar por nuestra salvación, que Él nos ilumine y podamos comprender que “… grande es su amor hacia nosotros y su fidelidad dura por siempre”. Que nadie se sienta excluido del Plan de Dios.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela