lunes, 10 de octubre de 2016

Reflexión para el XXIX Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

¡Orar siempre, sin desanimarse!
Lecturas: Éxodo 17, 8-13; Salmo 120; Timoteo 3, 14-4,2
Evangelio según San Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre, sin desanimarse les propuso esta parábola…” En esta frase del Evangelio encontramos el interés de Jesús por enseñar a sus discípulos a orar. Él sabe que la oración es el fundamento sólido de quien desea seguirle, sin ella desfallecemos, con ella nos mantenemos. La parábola narrada por el Señor nos indica la insistencia que debemos mantener para no desanimarnos en la oración, la viuda que constantemente acudía ante el juez injusto para pedirle justicia hasta que consigue su cometido, nos anima a orar y pedir constantemente al Señor.

El Padre San Pío de Pietrelcina solía decir: “Ora, espera y no te preocupes. Dios es misericordioso y escuchará tu oración”. A veces tenemos la actitud y la disposición para orar, pero solemos cansarnos muy rápido al no obtener una respuesta pronta de parte de Dios. Nos desanimamos, nos preocupamos y bajamos la guardia. El libro del Éxodo nos da la clave para cambiar nuestra actitud ante el desánimo que nos sobreviene; dice el texto sagrado que el pueblo de Israel venció en combate a Amalec gracias a la oración de Moisés: “Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec.”

La oración contiene un poder extraordinario. Es maravilloso ver cómo podemos interceder por los demás y por nosotros mismos, incluso podemos conseguir ayuda en esos momentos en los que nuestra oración no es suficiente. Moisés al cansarse de mantener los brazos elevados, fue ayudado por Aarón y Jur, quienes se los sostenían en esos momentos de debilidad. ¡Cuántas veces nosotros nos debilitamos en la oración! Aun así, siempre habrá alguien que nos ayude, que nos sostenga y nos anime en los momentos más difíciles de la vida, es esos momentos donde pareciera que la oración es inútil, allí siempre aparecerá alguien que subirá con nosotros hacia la montaña.

Hay que orar siempre, recurrir  a Dios “a tiempo y a destiempo”. La oración es la fuente de vitalidad del ser humano. Hay un bello pensamiento que cita: “La oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios”. Esto es muy cierto, con la oración nos mantenemos en pie de lucha, Dios  cede ante nuestra oración y jamás dejará de escucharnos:No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel.” En esos momentos de incertidumbre y desolación nos queda la oración. Jesús quiere enseñarnos que la oración es la medicina del alma, que no podemos prescindir de ella.

Pidamos al Señor la gracia de ser constantes en la oración, de perseverar firmemente, que no nos gane el desánimo, el diablo quiere vernos derrumbados, en cambio, el Señor, nos quiere con las manos en alto, como Moisés, para nunca desfallecer.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

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