“Aquí
hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos peces”
(Lecturas:
2Re 4, 42-44; Salmo 144; Ef 4, 1-6; Evangelio: Jn 6, 1-15)
Este
domingo la Palabra de Dios, en el Evangelio de Juan, nos describe un
maravilloso milagro “la multiplicación de los panes y de los peces”. Sin
embargo, centremos nuestra atención no en el milagro, que no deja de
sorprendernos, más bien fijemos nuestra mirada en la expresión de Pedro ante el
pedido de Jesús: “Aquí hay un muchacho
que trae cinco panes de cebada y dos peces”.
Jesús
ha pedido a Felipe, uno de sus discípulos que dé de comer a la gente que le
seguía, hace el Maestro una pregunta sugerente: “¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?” Felipe respondió de
manera inmediata: “Ni doscientos denarios
bastarían para que cada uno comiera”. Dos cosas encontramos en este
momento: La primera: Observamos a Jesús en su faceta de siempre “estar
pendiente de los demás”. La segunda: En Felipe encontramos las limitaciones
humanas. Los pretextos, las excusas, los imposibles que inundan nuestra mente y
hacen que construyamos un muro que no nos deja acercarnos a los demás.
Un
muchacho entra en escenario para romper este marco de obstáculos, ofrece cinco
panes y dos peces. Pareciera poco. Humanamente hablando es cierto, pero desde
la óptica de Dios es diferente. Jesús no cree en las limitaciones contra el
amor y la caridad. El Maestro quiere hacernos caer en la cuenta de que somos
nosotros los que desde nuestra “poquedad” podemos dar a manos llenas. “Cinco
panes y dos peces”, es muy poco, pero es lo que Jesús quiere de nosotros. Él
sabe que no tenemos más, pero desea que seamos capaces de dar aún eso poco que
tenemos.
En
la vida siempre vamos a sentir que es muy poco lo que tenemos. En esos cinco
panes y dos peces del Evangelio de hoy está resumida nuestra experiencia de
vida. Digamos a Jesús: “Maestro, sabes que sólo tengo cinco panes y dos peces”,
es como si también le dijéramos: “Jesús, estos cinco panes son mis defectos, he
fallado en esto, en aquello, soy débil, temo, creo que no tengo mucho que dar…
¿Y los dos peces? Ellos representan Señor Jesús mis virtudes, lo bueno y
hermoso que Tú mismo me has regalado, te las ofrezco, las dejo en tus manos.
Señor Jesús, sé que no son nada mis cinco panes y mis dos peces, pero es todo
lo que tengo; en mis manos son “simpleza” pero al colocarlos en tus manos son
un ‘milagro’…”.
Apreciados
hermanos, el Señor sabe que todos podemos dar “cinco panes y dos peces” ellos
se transformarán en algo especial tanto para nosotros como para los demás. San
Pablo nos recuerda algo clave hoy en nuestra relación con el prójimo: “Sean siempre humildes y amables; sean
comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos
en el espíritu con el vínculo de la paz”. Cuando hayamos aprendido a
abandonar en las manos del Maestro nuestros panes y nuestros peces, seremos
capaces de compartir con los demás, descubriendo nuestras virtudes y defectos
podremos aprender a vivir más unidos. Hermanos, nunca olvidemos que en la mesa
de Dios hay puesto para todos pues “comerán
todos y sobrará” nos dice el segundo libro de los reyes.
Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario - Vicario Parroquial de Nuestra Señora de los Ángeles. La Grita.
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