viernes, 29 de abril de 2016

Reflexión para el VI Domingo de Pascua - Ciclo C

“El Espíritu Santo y nosotros”


Lecturas: Hechos de los Apóstoles 15,1-2.22-29; Salmo 66; Apocalipsis 21,10-14.21-23; Evangelio según San Juan 14,23-29

El Cardenal Yves Congar en una obra teológica sobre el Espíritu Santo empleó la siguiente expresión: “El divino desconocido”, pues, bajo su percepción parecía que en algún momento existió una especie de “olvido” acerca de quien llevaba al frente “la Barca de Pedro”. Poco a poco, la Iglesia ha ido tomando conciencia y ha despertado, o mejor, ha refrescado la memoria. Muestra de ello es el acontecimiento vivido hace 50 años "El Concilio Vaticano II". Las primeras comunidades cristianas tenían claro que quien dirige y guía a la Iglesia es el Espíritu Santo, por ello en el libro de los Hechos de los apóstoles, queda clarísima la expresión: “…el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido…”.

En la Iglesia, a lo largo de los siglos, se han presentado diversas situaciones, discusiones acaloradas, como las que nos presenta los Hechos de los Apóstoles en este domingo. Pero todo ha sido resuelto gracias a la acción del Espíritu Santo. Es él, el motor de la Iglesia, el de la iniciativa, quien abre los corazones y muestra soluciones fraternas, comprensibles, acogedoras, entrañables. En resumen, es el Espíritu Santo el protagonista y el garante de la promesa que el Maestro Bueno nos hace en el Evangelio de hoy: “… el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien les enseñe todo y les recuerde todo lo que les he dicho”.

Un cristiano que abre su corazón al Espíritu Santo será capaz de guardar la Palabra de Dios, así lo atestigua Jesús: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Los discípulos de Jesús que hacemos vida en este siglo no podemos olvidar esta realidad. La Iglesia del siglo XXI debe tener plena conciencia de que el Espíritu Santo no está al margen, al contrario, vive dentro de la comunidad, de cada corazón que escucha, vive y ama.

Ojalá que a diario, ante tantas situaciones de indiferencia, de injusticia, de opresión, de corrupción… surgiera la frase “…el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido…”, sólo ésta es la única forma de resolver estos problemas que nos ahogan. Hay que hacer caso al Espíritu Santo para que nuestra vida quede totalmente iluminada, como reza el salmista hoy: “El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros, conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación”.

Pidamos al Espíritu Santo que seamos portadores de la Buena Nueva, necesitamos ser guiados por él; con la confianza puesta en este Defensor, en el Paráclito, podremos albergar paz en nuestras vidas y llevar paz a tantos que carecen de ella: “…la paz les dejo, mi paz les doy…”. Vayamos preparando nuestro corazón para celebrar Pentecostés, este VI domingo de Pascua va señalando el camino y nos deja una clave: “Escuchar y dejarnos guiar por el Espíritu Santo”.

Seguimos unidos en la oración, que el Espíritu Santo nos ayude a amar y ser testigos fieles del Evangelio para que demos frutos abundantes.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

viernes, 22 de abril de 2016

Reflexión para el V Domingo de Pascua - Ciclo C

“Todo lo hago nuevo”

Lecturas: Hechos de los Apóstoles 14,21b-27; Salmo 144; Apocalipsis 21,1-5ª
Santo Evangelio según San Juan 13,31-33a.34-35

Nuevo” es la palabra que hoy se presenta como columna vertebral de la liturgia de este V Domingo de Pascua. La visión de Juan en el libro del Apocalipsis está signada por esta palabra: “…vi un cielo nuevo y una tierra nueva… Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén… Y el que estaba sentado en el trono dijo: Todo lo hago nuevo”. Incluso Jesús en el Evangelio nos deja “Un mandamiento nuevo”. Pero ¿a qué se refiere esta novedad? ¿Qué es lo nuevo o para qué lo nuevo?

La novedad que nos trae el Maestro Bueno está condensada en la palabra “amarse”. ¿El amor es algo nuevo? Quizá humanamente no, el amor humano ha existido siempre, pero hay una característica especial, el toque de Dios en el amor: “… como yo los he amado a ustedes”. Nadie nos ha amado así, como Jesús, nadie ha traído consigo esta novedad: “El amor hasta el extremo”. Y Él quiere que seamos reconocidos por esa señal: “La señal por la que conocerán todos que son discípulos míos será que se aman unos a otros”.

La novedad del Amor de Jesús es lo que hace transformar el mundo en el que vivimos. Pero no un amor superficial, de palabras. Jesús quiere que amemos con obras, todo será nuevo si somos capaces de amar sin componendas, sin miedo. La Beata Teresa de Calcuta solía decir: “Ama hasta que duela. Si duele es buena señal”. No es fácil poner en práctica el amor que exige Jesús, porque implica olvidarse de sí mismo para darse a los demás. Es una exigencia que debe dejar huella en nuestra vida y en la de los demás.

Las primeras comunidades cristianas tenían muy clara esta señal, de ellas se decía: “Miren cómo se aman”. Amar duele, así lo dejan ver Pablo y Bernabé: “En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios”. La misma actitud de estos dos apóstoles es “buena señal”, para ellos no importaba el sacrificio, viajar lejos, era más importante animar a los hermanos en la fe, ayudarles, estar con ellos, orando, ayunando, encomendándolos al Señor. El amor es así, no tiene reparos con nada ni con nadie.

Pidamos al Señor la gracia de abrir nuestro corazón, para que la “novedad del mandamiento del Amor” inunde nuestras vidas y así colocarnos manos a la obra en nuestras familias, comunidad parroquial, sociedad en la que vivimos. Si somos capaces de amar, entonces seremos capaces de contribuir para hacer nuevas las cosas. Ánimo, podemos amar, sin miedo, sin sentimentalismos. No hay medida para el amor, pues “la medida del amor es amar sin medidas”. Así nos amó Jesús, sin escatimar esfuerzos, entregó todo, lo dio todo y por eso lo hizo “todo nuevo”.

P.D.: Seguimos unidos en la oración, en nuestra patria hay mucha necesidad, comparte, da lo que tienes, contribuye con un pequeño gesto y esta sencilla señal será muestra de aquello que nos dejó Jesús como premisa y novedad “amarse los unos a los otros como yo los he amado”.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

viernes, 15 de abril de 2016

Reflexión para el IV Domingo de Pascua - Día del Buen Pastor

¡Buen Pastor, buena oveja!


Lecturas: Hechos de los Apóstoles 13,14.43-52; Salmo 99; Apocalipsis 7,9.14b-17; Evangelio según San Juan 10, 27-30

El IV Domingo de Pascua la Iglesia celebra el “Día del Buen Pastor”. En la Sagrada Escritura, la figura del Pastor tiene un gran significado. En el salmo 94, por ejemplo, el Pueblo de Israel se considera a sí mismo el rebaño del Señor: “…él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía”. Así pues, Jesús, es para la Iglesia el Pastor por excelencia, él es para nosotros “El Buen Pastor” y hoy él mismo nos recuerda que somos parte de su rebaño y a él debemos seguir: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen…”.

El Papa Francisco nos ha dicho en alguna ocasión que deberíamos ser “pastores con olor a oveja”. Esto era lo que reflejaba Jesús en su vida, él supo ser Buen Pastor porque aprendió a vivir como una buena oveja y en medio de las ovejas. En el Evangelio siempre contemplamos al Maestro Bueno en actitud de ayuda, de servicio: curaba enfermos, atendía pecadores, perdonaba pecados, consolaba, alentaba… Esta actitud lo hace merecedor de ese título “Buen Pastor”. ¿Y nosotros, hemos hecho lo mismo? Para ser Buen Pastor, ante todo hay que aprender a ser una buena oveja.

Un Pastor bueno es aquél que se preocupa por sus ovejas. El Evangelio de hoy nos dice que las ovejas siguen a su pastor porque lo conocen. La gente de hoy sabe quiénes son buenos pastores, reconocemos a los que de verdad se preocupan por los demás, especialmente los más necesitados. No podemos olvidar que los pastores no solamente son el Papa, los obispos o los sacerdotes. Todos somos pastores porque todos participamos del anuncio del Evangelio, ese mismo que debemos escuchar para reconocer al “Buen Pastor”, a Jesús.

Un Pastor con olor a oveja es aquél que se ha encarnado en medio de las necesidades de redil. Hoy hay tantas personas que sufren, tantos enfermos, tantos inmigrantes que son asediados y perseguidos, tanta prostitución infantil y trata de personas, tantos que pasan hambre debido a los malos pastores y malas ovejas dedicados a la corrupción, al bachaqueo, al contrabando. La gente conoce a los buenos (pastores y ovejas) y rechaza a los malos (pastores y ovejas). ¡Cuánta necesidad tenemos de parecernos a Jesús, de escuchar su voz y seguirle para no cometer tantos errores!

Pidamos al Señor la gracia de contar con buenos pastores, pero ante todo aprendamos a escuchar la voz de Jesús que nos invita a ser buenas ovejas. El que escucha a Jesús aprende a identificarse con él y luego sabrá mostrar a los demás aquello que ha aprendido.

Oremos por el aumento de las vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada, que el Señor nos conceda abundantes vocaciones, y sobre todo santas vocaciones, hombres y mujeres que se preocupen por los demás, por los que están tristes, los que se ríen, los que callan, los que hablan, los malos, los buenos, que nos conceda pastores capaces de dejar a las noventa nueve ovejas bien cuidadas e irse tras la oveja perdida y descarriada.

Seguimos unidos en la oración. Por favor, hoy no dejes de rezar por mí. Pídele al Padre del cielo que me ayude, nos ayude, a ser imagen de su Hijo Jesús, Buen Pastor, capaces de dar la vida por sus ovejas. Feliz día a todos mis hermanos sacerdotes, que Jesús, Buen Pastor, los guíe siempre.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.


sábado, 9 de abril de 2016

Reflexión para el III Domingo de Pascua

“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”


Lecturas: Hechos de los apóstoles 5,27b-32.40b-41; Salmo 29; Apocalipsis 5,11-14; Evangelio según San Juan 21, 1-19

En el libro de los Hechos de los apóstoles encontramos uno de tantos momentos en que a los discípulos de Jesús se les prohíbe hablar y enseñar en su nombre. Los que gozan de autoridad religiosa quieren negar toda posibilidad a los apóstoles de dar testimonio del resucitado. La respuesta por parte de Pedro y quienes le acompañan es radical: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Te podrán prohibir mil cosas humanamente hablando, pero jamás te pueden prohibir hablar de Jesús, nadie tiene esa autoridad, pues evangelizar es un derecho que nadie puede quitarte por muy poderoso que sea.

El libro del Apocalipsis nos dice hoy que Juan en su visión contempló a “millares y millones… y decían con voz potente: ‘Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”. Los cristianos de hoy también tenemos la posibilidad de elevar nuestras voces y llevar a Jesús a todas partes. Voz potente, eso necesitamos, desprendernos del miedo. Los poderosos  que oponen resistencia a Jesús no pueden callar la alegría del Evangelio que debe resonar en medio de nuestro pueblo, especialmente tantos que hoy sufren persecución por ser cristianos, de los que necesitan ser acogidos con bondad y misericordia.

Las dificultades de la vida no deben apagar la llama del Evangelio presente en nuestras vidas. En el Evangelio de hoy contemplamos a los apóstoles y discípulos un poco desesperanzados. Vuelven a sus faenas, a pescar, pareciera que se han olvidado de Jesús. Pero no logran pescar nada. Estaba ya amaneciendo cuando el Maestro Bueno se les presenta, les pregunta si han pescado y responden que no. Cuando en la vida nos olvidamos del Evangelio corremos el riesgo de bregar y quedarnos sin nada.

Jesús nos ha llamado para “ser pescadores de hombres”, esto implica seguir anunciando la Buena Noticia, pero necesitamos la presencia del resucitado en nuestra vida para no desfallecer. Con él, la pesca es abundante “ciento cincuenta y tres peces”, número que indica plenitud. Obedecer a Jesús da sosiego, podemos compartir la mesa con él “vamos a almorzar”, las dudas y el miedo desaparecen y tenemos la valentía de seguir anunciándole a pesar de nuestras fallas.

El Maestro sabe que somos débiles, él sabe que podemos atemorizarnos ante las circunstancias de la vida y que el poder humano aplasta sin compasión, por eso sale a nuestro encuentro y al igual que Pedro nos anima a seguirle: “sígueme”, pero requiere que le confesemos. La triple confesión de Pedro es también nuestra confesión. Si hemos callado alguna vez, ahora tenemos la posibilidad de decirle: “Señor tú sabes que te amo” y la respuesta de Jesús será la de confianza en nosotros: “apacienta mis ovejas”.

Hermanos, nuestro corazón está puesto en Dios, nadie puede prohibirnos seguir dando testimonio de Jesús. Él confía en nosotros y su mensaje de salvación debe resonar hoy más que nunca aunque las dificultades arrecien, no olvidemos decir como Pedro y los demás discípulos: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. ¡Que nadie nos detenga!

Seguimos unidos en la oración. Reza por mí, cuenta siempre con mi humilde oración.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

sábado, 2 de abril de 2016

Reflexión para el II Domingo de Pascua - Fiesta de la Divina Misericordia.

¡La paz esté con ustedes!


Lecturas: Hechos 5, 12-16; Salmo 117; Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19
Evangelio según San Juan 20, 19-31

Seguimos celebrando la alegría de la Pascua. El Maestro Bueno se aparece a sus discípulos que “se mantenían ocultos por miedo a los judíos” y les anima diciéndoles: “La paz esté con ustedes”. El miedo es mal consejero, nos arrincona y perdemos la paz que viene de Dios y no somos capaces de vivir a plenitud la alegría de la resurrección. El Evangelio de hoy nos dice que “los discípulos al ver al Señor se llenaron de alegría”. Contemplar a Cristo resucitado nos hace experimentar gozo y por ende se llena de paz nuestro corazón.

Un cristiano que vive con miedo no puede experimentar la gracia del resucitado. Los discípulos de Jesús estando ocultos vivían tristes, apagados, daban todo por perdido. Nosotros no podemos vivir así, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos indica que Pedro obraba milagros “en medio del pueblo”. La alegría de la resurrección nos invita a vivir la fe en medio de nuestros hermanos, especialmente en medio de los pobres y excluidos, de los que sufren y son marginados. Allí debemos hacer presente al resucitado y propagar la paz que anima y consuela.

Por otra parte, un cristiano que vive al margen la fe, fuera de la comunidad, no puede encontrarse con Cristo que viene a dar paz. Prueba de ello es la ausencia de Tomás en la comunidad, él no pudo gozar de la presencia del resucitado por aislarse. Cuando no acudimos a vivir la fe en comunidad, cuando el domingo está al margen de nuestra vida cristiana jamás podremos profesar y vivir la fe. Luego vemos que Tomás tiene la oportunidad de congregarse, antes se negaba a creer; ahora, en medio de la comunidad, cree y es capaz de exclamar con gozo: ¡Señor mío y Dios mío!

Hoy es el día de la Divina Misericordia, pidamos al Señor de la Misericordia que podamos vivir a plenitud nuestra fe. Que su misericordia desborde de paz nuestro ser. Cristo, el Señor de la Divina Misericordia es nuestro “alfa y omega, principio y fin”. Nunca nos ocultemos ni tengamos miedo de vivir nuestra fe en Cristo resucitado, jamás nos aislemos, no podemos profesar y vivir la fe solos y exclamemos como el Salmista: “¡La Misericordia del Señor es eterna. Aleluya!”.

Que la paz de Cristo reine en nuestros corazones. Sigo orando por ustedes, por favor no dejen de encomendarme y rezar por mí. Un abrazo fraterno, ¡FELIZ DÍA DE LA DIVINA MISERICORDIA!

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de san Cristóbal – Venezuela.

Reflexión para el II Domingo de Pascua - Fiesta de la Divina Misericordia.

¡La paz esté con ustedes!


Lecturas: Hechos 5, 12-16; Salmo 117; Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19
Evangelio según San Juan 20, 19-31

Seguimos celebrando la alegría de la Pascua. El Maestro Bueno se aparece a sus discípulos que “se mantenían ocultos por miedo a los judíos” y les anima diciéndoles: “La paz esté con ustedes”. El miedo es mal consejero, nos arrincona y perdemos la paz que viene de Dios y no somos capaces de vivir a plenitud la alegría de la resurrección. El Evangelio de hoy nos dice que “los discípulos al ver al Señor se llenaron de alegría”. Contemplar a Cristo resucitado nos hace experimentar gozo y por ende se llena de paz nuestro corazón.

Un cristiano que vive con miedo no puede experimentar la gracia del resucitado. Los discípulos de Jesús estando ocultos vivían tristes, apagados, daban todo por perdido. Nosotros no podemos vivir así, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos indica que Pedro obraba milagros “en medio del pueblo”. La alegría de la resurrección nos invita a vivir la fe en medio de nuestros hermanos, especialmente en medio de los pobres y excluidos, de los que sufren y son marginados. Allí debemos hacer presente al resucitado y propagar la paz que anima y consuela.

Por otra parte, un cristiano que vive al margen la fe, fuera de la comunidad, no puede encontrarse con Cristo que viene a dar paz. Prueba de ello es la ausencia de Tomás en la comunidad, él no pudo gozar de la presencia del resucitado por aislarse. Cuando no acudimos a vivir la fe en comunidad, cuando el domingo está al margen de nuestra vida cristiana jamás podremos profesar y vivir la fe. Luego vemos que Tomás tiene la oportunidad de congregarse, antes se negaba a creer; ahora, en medio de la comunidad, cree y es capaz de exclamar con gozo: ¡Señor mío y Dios mío!

Hoy es el día de la Divina Misericordia, pidamos al Señor de la Misericordia que podamos vivir a plenitud nuestra fe. Que su misericordia desborde de paz nuestro ser. Cristo, el Señor de la Divina Misericordia es nuestro “alfa y omega, principio y fin”. Nunca nos ocultemos ni tengamos miedo de vivir nuestra fe en Cristo resucitado, jamás nos aislemos, no podemos profesar y vivir la fe solos y exclamemos como el Salmista: “¡La Misericordia del Señor es eterna. Aleluya!”.

Que la paz de Cristo reine en nuestros corazones. Sigo orando por ustedes, por favor no dejen de encomendarme y rezar por mí. Un abrazo fraterno, ¡FELIZ DÍA DE LA DIVINA MISERICORDIA!

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de san Cristóbal – Venezuela.