¡La
paz esté con ustedes!
Lecturas:
Hechos 5, 12-16; Salmo 117; Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19
Evangelio
según San Juan 20, 19-31
Seguimos
celebrando la alegría de la Pascua. El Maestro Bueno se aparece a sus
discípulos que “se mantenían ocultos por
miedo a los judíos” y les anima diciéndoles: “La paz esté con ustedes”. El miedo es mal consejero, nos arrincona
y perdemos la paz que viene de Dios y no somos capaces de vivir a plenitud la
alegría de la resurrección. El Evangelio de hoy nos dice que “los discípulos al ver al Señor se llenaron
de alegría”. Contemplar a Cristo resucitado nos hace experimentar gozo y
por ende se llena de paz nuestro corazón.
Un
cristiano que vive con miedo no puede experimentar la gracia del resucitado.
Los discípulos de Jesús estando ocultos vivían tristes, apagados, daban todo
por perdido. Nosotros no podemos vivir así, el libro de los Hechos de los
Apóstoles nos indica que Pedro obraba milagros “en medio del pueblo”. La alegría de la resurrección nos invita a
vivir la fe en medio de nuestros hermanos, especialmente en medio de los pobres
y excluidos, de los que sufren y son marginados. Allí debemos hacer presente al
resucitado y propagar la paz que anima y consuela.
Por
otra parte, un cristiano que vive al margen la fe, fuera de la comunidad, no
puede encontrarse con Cristo que viene a dar paz. Prueba de ello es la ausencia
de Tomás en la comunidad, él no pudo gozar de la presencia del resucitado por
aislarse. Cuando no acudimos a vivir la fe en comunidad, cuando el domingo está
al margen de nuestra vida cristiana jamás podremos profesar y vivir la fe. Luego
vemos que Tomás tiene la oportunidad de congregarse, antes se negaba a creer;
ahora, en medio de la comunidad, cree y es capaz de exclamar con gozo: ¡Señor mío y Dios mío!
Hoy
es el día de la Divina Misericordia, pidamos al Señor de la Misericordia que
podamos vivir a plenitud nuestra fe. Que su misericordia desborde de paz
nuestro ser. Cristo, el Señor de la Divina Misericordia es nuestro “alfa y omega, principio y fin”. Nunca
nos ocultemos ni tengamos miedo de vivir nuestra fe en Cristo resucitado, jamás
nos aislemos, no podemos profesar y vivir la fe solos y exclamemos como el
Salmista: “¡La Misericordia del Señor es
eterna. Aleluya!”.
Que
la paz de Cristo reine en nuestros corazones. Sigo orando por ustedes, por
favor no dejen de encomendarme y rezar por mí. Un abrazo fraterno, ¡FELIZ DÍA
DE LA DIVINA MISERICORDIA!
Pbro.
Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de san Cristóbal –
Venezuela.
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