sábado, 9 de abril de 2016

Reflexión para el III Domingo de Pascua

“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”


Lecturas: Hechos de los apóstoles 5,27b-32.40b-41; Salmo 29; Apocalipsis 5,11-14; Evangelio según San Juan 21, 1-19

En el libro de los Hechos de los apóstoles encontramos uno de tantos momentos en que a los discípulos de Jesús se les prohíbe hablar y enseñar en su nombre. Los que gozan de autoridad religiosa quieren negar toda posibilidad a los apóstoles de dar testimonio del resucitado. La respuesta por parte de Pedro y quienes le acompañan es radical: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Te podrán prohibir mil cosas humanamente hablando, pero jamás te pueden prohibir hablar de Jesús, nadie tiene esa autoridad, pues evangelizar es un derecho que nadie puede quitarte por muy poderoso que sea.

El libro del Apocalipsis nos dice hoy que Juan en su visión contempló a “millares y millones… y decían con voz potente: ‘Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”. Los cristianos de hoy también tenemos la posibilidad de elevar nuestras voces y llevar a Jesús a todas partes. Voz potente, eso necesitamos, desprendernos del miedo. Los poderosos  que oponen resistencia a Jesús no pueden callar la alegría del Evangelio que debe resonar en medio de nuestro pueblo, especialmente tantos que hoy sufren persecución por ser cristianos, de los que necesitan ser acogidos con bondad y misericordia.

Las dificultades de la vida no deben apagar la llama del Evangelio presente en nuestras vidas. En el Evangelio de hoy contemplamos a los apóstoles y discípulos un poco desesperanzados. Vuelven a sus faenas, a pescar, pareciera que se han olvidado de Jesús. Pero no logran pescar nada. Estaba ya amaneciendo cuando el Maestro Bueno se les presenta, les pregunta si han pescado y responden que no. Cuando en la vida nos olvidamos del Evangelio corremos el riesgo de bregar y quedarnos sin nada.

Jesús nos ha llamado para “ser pescadores de hombres”, esto implica seguir anunciando la Buena Noticia, pero necesitamos la presencia del resucitado en nuestra vida para no desfallecer. Con él, la pesca es abundante “ciento cincuenta y tres peces”, número que indica plenitud. Obedecer a Jesús da sosiego, podemos compartir la mesa con él “vamos a almorzar”, las dudas y el miedo desaparecen y tenemos la valentía de seguir anunciándole a pesar de nuestras fallas.

El Maestro sabe que somos débiles, él sabe que podemos atemorizarnos ante las circunstancias de la vida y que el poder humano aplasta sin compasión, por eso sale a nuestro encuentro y al igual que Pedro nos anima a seguirle: “sígueme”, pero requiere que le confesemos. La triple confesión de Pedro es también nuestra confesión. Si hemos callado alguna vez, ahora tenemos la posibilidad de decirle: “Señor tú sabes que te amo” y la respuesta de Jesús será la de confianza en nosotros: “apacienta mis ovejas”.

Hermanos, nuestro corazón está puesto en Dios, nadie puede prohibirnos seguir dando testimonio de Jesús. Él confía en nosotros y su mensaje de salvación debe resonar hoy más que nunca aunque las dificultades arrecien, no olvidemos decir como Pedro y los demás discípulos: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. ¡Que nadie nos detenga!

Seguimos unidos en la oración. Reza por mí, cuenta siempre con mi humilde oración.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

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