lunes, 4 de julio de 2016

Reflexión para el XV Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

Anda y haz tú lo mismo


Lecturas: Deuteronomio 30, 10-14; Salmo 68; Colosenses 1, 15-20
Evangelio según San Lucas 10, 25-37

Prohibido olvidar que estamos celebrando el Año de la Misericordia. La Misericordia debe estar presente en la memoria y en el corazón del cristiano todos los días de su vida. El libro del Deuteronomio deja esto evidenciado: “Estos mandamientos que te doy, no son superiores a tus fuerzas ni están fuera de tu alcance… Por el contrario, todos mis mandamientos están muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón, para que puedas cumplirlos”. Más exactamente, hay que practicar lo que Dios nos ha señalado, eso implica hacer el bien y para hacer el bien no hay excusas.

Todos los días tenemos la oportunidad de hacer el bien, siempre hay un enfermo a quien visitar, un pobre a quien ayudar, una persona a la que se le pueda aconsejar, alentar e inclusive con la que podamos alegrarnos. ¡Hay tantas cosas buenas por hacer! Así que, ser misericordiosos, es algo imposible de olvidar. Hoy Jesús nos reclama eso. La parábola del “Buen samaritano” es un recordatorio para el cristiano. Frente a cada uno de nosotros hay “un prójimo” siempre, así que hay mil oportunidades para no desentendernos de las necesidades de los demás.

Anda y haz tú lo mismo”, así resume el Maestro Bueno la actitud que debe asumir el doctor de la Ley que quiere alcanzar la vida eterna. ¿Y qué es lo que debe hacer? Lo que hizo el samaritano: ayudar, curar heridas, levantar al caído, preocuparse por él, no abandonarlo, compadecerse… ¡En el camino de la vida, hay tantos caídos, y pasa tanta gente indiferente! Dice el Evangelio que, ante aquél hombre herido pasó un sacerdote y un levita, ninguno tuvo a bien acercarse, ni siquiera para preguntarle. A veces somos así, nos hacemos de la vista gorda, nos cambiamos de acera para no encontrarnos cara a cara con el pobre.

La Misericordia nos mueve el corazón. El único que tenía abierto su ser a esta experiencia era aquel Samaritano, que, según la mentalidad judía, era un impuro, una oveja descarriada que no pertenecía al pueblo de Israel. A veces, quienes “pareciera están más lejos de Dios” nos dan lecciones de vida. La Misericordia no requiere tanta teología, no necesita de tanta razón, pero sí requiere de mucho corazón para auxiliar, para consolar, para dar una mano amiga a aquél que sufre o pasa por un mal momento.

Hermanos, estamos llamados a ser “buenos samaritanos”, tenemos el ejemplo en Cristo, en quien el Padre “quiso reconciliar todas las cosas”. Este Año Jubilar es momento propicio para desempolvar las Obras de Misericordia, no las dejemos encajonadas, las cosas guardadas se llenan de polillas. En el día a día, e inclusive en el silencio de cada acción podemos mostrar la Misericordia del Señor, sin rimbombancia, recordando que: “El bien no hace ruido, en cambio, el ruido no hace bien”.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

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