martes, 26 de julio de 2016

Reflexión para el XVIII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“Todo es vanidad”

Lecturas: Eclesiastés 1,2;2,21-23; Salmo 89; Colosenses 3, 1-5.9-11
Evangelio según San Lucas 12,13-21

Hoy en día los criterios del mundo quieren predominar sobre nosotros. La mundanidad, los bienes terrenos son, para muchos,  el medio y el fin de sus vidas. ¡Qué triste manera de pensar! El libro del Eclesiastés nos recuerda: “Todas las cosas, absolutamente todas, son vana ilusión”. Esto es una realidad, nadie puede pretender que los bienes del mundo sean el pase para encontrar la verdadera felicidad, pues, como suele decirse coloquialmente “uno se muere y nada se lleva”.

Dios nos quiere nuevos. Las cosas del mundo perturban nuestro corazón. No podemos vivir aferrados a lo efímero. El Maestro Bueno nos muestra en la parábola del hombre rico, que todo lo mundano es, al fin de cuentas, vanidad.  Aquel hombre pensaba: “Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida”. No se imaginaba que Dios le pediría cuentas ese mismo día. No le sirvió para nada acumular riquezas. Ni un grano de su despensa pudo aprovechar. Sólo las buenas obras, el bien, la verdad, los valores y principios fundados en Cristo, son la garantía de encontrar vida eterna.

Necesitamos rescatar nuestra conciencia por las cosas buenas, lo que realmente vale la pena: “Busca primero el reino de Dios y su justicia, lo demás vendrá por añadidura”. El resquebrajamiento moral que acecha muchos sectores de nuestra sociedad radica en la idea desordenada de poseer, “del tener”. Esos son los criterios del mundo, los criterios del hombre viejo, del cual hoy nos advierte San Pablo: “Den muerte, pues, a todo lo malo que hay en ustedes: la fornicación, la impureza, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia… No sigan engañándose unos a otros, despójense del modo de actuar del viejo yo y revístanse del nuevo yo…”.

Dios nos ha regalado la vida para que almacenemos las riquezas del cielo. El hombre nuevo es aquel que se identifica con los sentimientos de Cristo, “el que se va renovando conforme va adquiriendo el conocimiento de Dios, que lo creó a su propia imagen”. Debemos estar conscientes de que somos peregrinos en este mundo: “Nuestra vida es tan breve como un sueño semejante a la hierba, que despunta y florece en la mañana y por la tarde se marchita y se seca”.

Pidamos al Señor la gracia de transformar nuestras vidas, de luchar por lo que verdaderamente vale la pena, de “hacernos ricos de lo que vale ante Dios” como nos relata hoy San Lucas en el Evangelio. Destruyamos todo sentimiento ambicioso y desmedido de nuestro corazón. El Señor nos viste del traje nuevo, el de la gracia: “Que el Señor bondadoso nos ayude y dé prosperidad a nuestras obras”.

Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario