martes, 19 de julio de 2016

Reflexión para el XVII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C

“Señor, enséñanos a orar”

Lecturas: Génesis 18, 20-32; Salmo 137; Colosenses 2, 12-14
Evangelio según San Lucas 11, 1-13

Desde la antigüedad, el hombre ha sentido la necesidad de comunicarse con Dios, de relacionarse de manera cada vez más íntima con Él. En el Antiguo Testamento observamos la relación estrecha de los Patriarcas y Profetas con Yahvé, hablan con él, se acercan para escucharle, pedirle y suplicarle. En Jesús observamos esta misma actitud, siempre estaba en oración. El Evangelio de hoy dice: “Un día, Jesús estaba orando…” esta acción continua del Maestro Bueno, hizo que sus discípulos sintieran esa misma necesidad, querían imitarle y suscitó en ellos una petición: “Señor, enséñanos a orar…”.

El Señor accede de manera inmediata a la petición de sus discípulos. Él enseña la oración por excelencia: “El Padre Nuestro”. Jesús indica la mejor forma de comunicarse con Dios, inicia con una palabra que para muchos de su época era difícil digerir: “Abbá=Padre”, para denotar un vínculo estrechísimo de nosotros con Dios. Él es nuestro Padre, somos sus hijos y debemos vivir y experimentar la oración en esa relación de intimidad filial. Dios no debe ser un desconocido para nosotros, ya que Jesús nos dice que es Nuestro Padre, esto es una novedad maravillosa.

En el Génesis contemplamos a Abraham en una actitud de súplica ante Yahvé, el famoso “regateo de Abraham”, el poder de su oración busca aplacar la ira de Dios sobre Sodoma y Gomorra. Es una oración de intercesión, orar por los demás consigue llamar la atención del Señor y genera una respuesta de parte de Él. Dios muestra su corazón misericordioso respondiendo a Abraham que no destruirá a nadie porque su oración ha sido tomada en cuenta. Es evidente que Dios no puede resistirse a las súplicas de sus hijos hechas desde el corazón.

Los cristianos debemos ser insistentes en la oración. No desfallecer, no en vano se ha dicho que la oración es la fortaleza de los débiles, el cimiento de los fuertes y la debilidad de Dios por nosotros. Tenemos que seguir el ejemplo de Jesús, orar siempre: “Te sientes feliz, ora; te sientes triste, ora; te sientes fuerte, ora; te sientes débil, ora…” jamás rendirse en la oración. Jesús nos da la clave, hay tres palabras contenidas en el Evangelio que señalan el camino: “Pidan…busquen…toquen la puerta”.

Pedir con insistencia, si nos conviene, nuestra oración obtendrá de Dios una respuesta segura y eficaz. Buscar a Dios constantemente, él se deja encontrar, no olvidemos que es Nuestro Padre y que somos sus hijos muy amados. Toquemos a la puerta de su corazón, podemos tener la certeza de que nos abrirá, entraremos en su descanso, no nos dejará por fuera de su plan de salvación, así exclamaremos junto al salmista: “De todo corazón te damos gracias, Señor, porque escuchaste nuestros ruegos…siempre que te invocamos, nos oíste y nos llenaste de valor”.


Pbro. Yhoan Horacio Márquez Rosario – Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

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